El 26 de junio de 2009 tuve la
certeza de que me había quedado embarazada. Todas esas cosas de bah, por una
vez no pasa nada, con lo difícil que es, eso sólo les pasa a los demás…todo
cruzó por mi mente para autoengañarme pero yo sabía que me había quedado
preñada.
El 13 de julio, el día que nacía
mi ahijado Arnau, me hice un test de embarazo. Positivo, por supuesto. Una
mierda. Yo no quería estar embarazada ni había sentido la llamada de la
naturaleza, mi reloj biológico debía de estar un poco defectuoso porque yo no quería
tener un hijo. Así que contenta lo que se dice contenta no me puse, la verdad.
Pero tampoco se me ocurrió no seguir adelante con el embarazo, yo qué sé, tenía
30 años, situación sentimental, laboral y económica estable y tampoco tenía
clarísimo que nunca en la vida iba a tener hijos. Supongo que pensé que, si
había llegado, era un momento tan bueno o tan malo como cualquier otro.
Teníamos reservado un viaje a los
Estados Unidos para ese agosto puesto que la preñez no entraba en nuestros
planes. Yo me encontraba fantásticamente bien y nos íbamos solos, a nuestro
aire y sin prisas así que seguimos adelante con las vacaciones previstas. Fue
un viaje fantástico y yo me encontraba genial, la mayor parte del tiempo ni siquiera
recordaba que estaba embarazada. Culminamos el periplo americano de casi 3
semanas en Nueva York.
El día 1 de septiembre tenía mi
primera visita en el ginecólogo. Primera visita y primera eco. Estaba de 11
semanas y la verdad es que ya bastante ilusionada con la idea de tener un bebé.
Me enchufaron el ecógrafo y ahí estaba, lo que parecía que no podía ser, lo que
parecía que eso a mí no me podía pasar, como un muñequito en movimiento, con
sus brazos y sus piernas y su cabeza y su corazón latiendo. Un flipe. Después
me vestí y a partir de entonces empecé a escuchar una serie de sonidos
articulados en palabras que no significaban absolutamente nada para mí pero que
terminaron por cambiar para siempre mi percepción de las cosas. Pliegue nucal
aumentado. Ductus venoso reverso. Ecografía de alta resolución urgente. Triple
screening. Biopsia corial. Como si me estuvieran hablando en arameo, igual. Yo
no sabía nada de embarazos ni había leído nunca nada al respecto porque mi
interés en la materia era nulo antes de preñarme. Así que como si estuviera en
una especie de burbuja, como si nada de lo que me estaba pasando me estuviera
pasando de verdad, como si me estuviera viendo desde fuera, completamente
insensible, hice todo lo que me dijeron que tenía que hacer. Resultado de la ecografía
de alta resolución: mal. Resultado del triple screening: fatal. Resultado de la
biopsia corial: terrible.
El 13 de septiembre de 2009,
justo el día que cumplía las 13 semanas de embarazo, ingresé en el hospital
para someterme a un aborto voluntario. Con 13 semanas de gestación ya no podían
hacerme un aborto quirúrgico así que me indujeron el parto. Tardé 11 horas en
expulsarlo y dolió muchísimo. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me prometí que si
un día paría a un hijo vivo iba a tener un parto sin anestesia porque no quería
asociar los dolores de parto a la muerte. Esa noche me quedé ingresada. Tenía
un hambre atroz y cuando me subieron del paritorio ya habían pasado la cena.
Xavi me fue a buscar un súper bocata de tortilla al bar de enfrente del
hospital. Me sentó de puta madre y me recuerdo pensando que ni los disgustos me
quitaban el hambre.
Al día siguiente al mediodía me
fui a mi casa. No me encontraba demasiado mal dadas las circunstancias. Luego,
por la tarde, me senté en el suelo de la terraza y me eché a llorar porque no
podía dejar de pensar en si el feto habría nacido vivo y se habría muerto al
entrar en contacto con el exterior y no poder valerse por sí mismo o si se
habría muerto dentro con el chute de hormonas que me pusieron para parir. No sé
qué perra me entró con eso cuando fuera como fuese, el resultado era el mismo.
Fue un periodo de llorar mucho.
Dormía más o menos bien el día que no tenía pesadillas pero abría los ojos y
lloraba una pena que no sé explicar. Tenía un sueño recurrente que no he sido
capaz de verbalizar hasta que no ha pasado el tiempo. Soñaba que tenía un bebé
pequeñito pequeñito, del tamaño de una uña. Como era tan pequeño lo tenían que
poner en la incubadora y me lo traían a la habitación para que le diera el
pecho. Era tan pequeño que cuando lo cogía y me lo ponía al pecho lo asfixiaba
y se moría. No sé cuántas veces soñé lo mismo. Me despertaba con una angustia
que no me dejaba respirar.
Lo que peor llevé y lo que no he
logrado todavía perdonar del todo es el silencio. Que nadie fuera capaz de
preguntarme cómo estaba. Como si no hablando del tema no hubiera pasado. Que me
dijeran que no pasaba nada, que le pasaba a mucha gente y que ya tendría otro
hijo. Estoy convencida que ahora que, por fin tengo un hijo después de un
segundo aborto aunque en circunstancias distintas y menos traumáticas, en
general la gente cree que aquello ya está más que olvidado. Y la verdad es que
no duele como antes porque me habría vuelto loca pero es como una cicatriz,
como un dolor sordo, que no impide vivir pero que hace que no haya día en que
no te acuerdes de lo que pasó, de aquella pena, de cómo cambió todo.
Han pasado casi 5 años y creo que
no me arrepiento de la decisión que tomé. Fue la que en su día me pareció la
acertada y he aprendido a vivir con ello. Pero ahora que tengo un hijo, que sé
el amor infinito que me despierta, lo miro y pienso si no lo querría igual
exactamente igual si estuviera enfermo.
Me resulta curioso cómo el hecho
de abortar voluntariamente cuando el bebé viene mal es motivo de comprensión y
empatía, incluso de irremediabilidad. Yo no lo tengo tan claro. Cuando una
mujer aborta porque no quiere ser madre, aborta porque no quiere ser madre. Punto.
En cambio yo decidí que quería tener a ese hijo pero cuando supe que no estaba
sano aborté. Es como decir, te quería pero en estas condiciones no. Es jodido
planteárselo en estos términos, no te deja en muy buen lugar.
“Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus células y neuronas, de sus heridas y entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y del momento aquél, el único en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeño, lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza. Y es la historia de sus raíces y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior, para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre.
ResponderEliminarPero también es la historia de una conciencia y de sus luchas interiores. También una mujer es la historia de su utopía.”
― Marcela Serrano, Antigua Vida Mía