El pasado viernes salí a cenar con la gente de clase. Nosotros no
necesitamos muchísimas excusas para salir por ahí pero es que además estamos a
las puertas de Navidad y ya se sabe. Salí del restaurante con mi macrobolso, mi
abultada carpeta azul, una sonrisa en los labios y una bolsa de plástico en la
mano que contenía un jersey gris, un batidor de huevos, una bolsita con maquillaje y una chaqueta
negra cortita.
Sí, he dicho un batidor de huevos. Cena de Navidad, también he dicho. Por
un silogismo básico de Lógica de COU del tipo si A es igual a B y B es igual a
C luego A es igual a C, la cena de Navidad y el batidor de huevos nos llevan
irremediable y efectivamente al amigo invisible.
Vamos a ver, si es que no sé por qué me molesto yo en escribir nada si
luego la gente hace lo que le sale del moño. Yo escribí una entrada algún día
no muy lejano explicando qué se podía regalar y qué no. ¿Veis? http://misasuntosinternos.blogspot.com.es/2014/04/que-le-compro.html
Vale que no especifiqué nada sobre el batidor de huevos y entono el mea
culpa, pero si regalar una colonia ya estaba en la columna del no, no sé qué le
ha hecho pensar a alguien que me gustaría tener, de entre todas las cosas que
se pueden comprar, un batidor de huevos. A ver, que no es feo, eh? Es
redondito y metes el huevo ahí adentro y
agitas el cacharro y el huevo sale batido y tal. Muy conveniente. Pero es un
batidor de huevos, al fin y al cabo, y es Navidad, época de ilusión, coño,
regálame un pintalabios rojo o unos pendientes o un brillantito de esos que se
pegan en la nariz…hasta unos Ferrero Rocher, si me apuras y vas con prisas y a
última hora. Pues no. Un batidor de huevos. Tócate los pies. Me inquieta plantearme
la imagen que debo proyectar cuando alguien piensa que regalarme un batidor de
huevos es una buena idea. Yo que me creía tan sofisticada. Me hace pensar en mi
amiga Marga y su teoría de la Thermomix. Pero esta es otra historia.
Es que claro, luego quedo yo como Ebenezer Scrooge protestando en tan
entrañables fechas. Pero es que el amigo invisible es un invento del diablo. El
único amigo invisible que tolero es el que hago con mis amigas. Porque son mis
amigas y las quiero. Las conocí por allá en la época de cuando las pinturas de
las cuevas de Altamira no se habían secado aún y durante 20 años nos hemos
reunido religiosamente sin fallar ni un solo año para cenar, cotillear y darnos
un regalo, llamémosle amigo invisible, llamémosle regalo de Navidad, porque ya
hablamos de un presupuesto majo y de regalos que sabemos positivamente que nos
van a gustar o, que al menos, no nos van a horrorizar. Nuestro amigo invisible
es una excusa para juntarnos y establecer un nuevo récord anual del tipo a ver
quién de nosotras habla más o cuenta más penas o más alegrías. Pero son 20 años
y hasta yo me ablando. Y no deja de asombrarme lo poco y lo mucho que hemos cambiado
en todo este tiempo, y cómo han evolucionado las conversaciones desde que
empezamos con 16-17 hasta ahora que rondamos los 36-37: de las sangrías de las
4 de la tarde a esta noche me dejan hasta las 12 a tía que me ha pedido
salir, a bodas, separaciones, embarazos, pérdidas, nacimientos, muertes y
divagaciones sobre el sexo de los ángeles. Y un año más viejas cada vez, con
más arrugas y más canas pero un año más sabias y más molonas. Ni que sea por
eso ya vale la pena el amigo invisible.
Pero no sé qué moda es esta de ahora que a la que se monta un sarao en las
inmediaciones del mes de diciembre siempre sale algún iluminado en plan, tíos, tíos, he tenido una idea
superoriginal, y si organizamos un amigo invisible? Y tú allí con cara de
nada pensando, ¿es necesario? Pues se ve que sí. Da igual lo que sea, la comida
de empresa, una cena de madres de la clase de los conejos, la junta de
accionistas del Banco, la reunión de vecinos del bloque…es Navidad, nos
queremos todos mogollón y toca hacer el amigo invisible. Y tienes un
presupuesto de 5 euros y te ha tocado el contable, al que te cruzaste un día
por casualidad cuando salías de la entrevista de trabajo hace 13 años. Y claro,
pasa lo que pasa. Mi batidor de huevos es una pieza de art-déco al lado de algunos
regalos de amigo invisible: gatitos de porcelana con tres bombones de chocolate
con leche del malo, llaveros de los chinos, tangas rojos (del que se cree
transgresor a la par que cachondo), ceniceros en forma de wáter, soportes de
esos para poner el móvil de formas más o menos originales…y tú con cara de
entusiasmo, claro, porque tu amigo invisible está presente y no es plan de
hacerle un feo. Con lo malísima actriz que soy yo.
En fin, que nada. Que feliz Navidad a todos y tal.
PD: Si mi amigo invisible me está leyendo, en serio, que no está tan mal
eh? Seguro que hago unas tortillas cojonudas, con lo que me gusta a mí la tortilla francesa (y esto es
rigurosamente cierto).
PD 2: Yo regalé un cómic muy chulo. A mi amigo invisible le gustó. O al
menos es mucho mejor actor que yo, que tampoco es muy difícil. Lo mismo está
encendiendo la barbacoa con él y yo aquí sintiéndome toda orgullosa de mí
misma.
PD 3: Este sábado tengo el amigo invisible con mis amigas. Ironías de la
vida, cenamos en el sitio en el que nos encontrábamos a los 16 para jugar al
duro con sangría a las 4 de la tarde. Aquel garito se hizo mayor, se jubiló y
hoy es un restaurante glamouroso y divino como nosotras.
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