Parece complicado pero no lo es.
Cuando nació mi hijo tuve, obviamente,
un bebé. Supongo que con la obtención del bebé en cuestión sobrepasé mi límite
prefijado y perdí algo por el camino para hacerle sitio al recién llegado.
Exactamente. La libido.
Vamos a ver, tampoco es que hasta
entonces tuviera una libido de personaje de peli porno, pero era la mía y,
después de tantos años, nos teníamos cierto cariño y nos llevábamos con
cordialidad. No fue bonito que se fuera sin despedirse siquiera. De la noche a
la mañana aquello era la tundra siberiana. El desierto ártico. Pingüinos. The
new me. Si hubiera bajado Mefistófeles a proponerme que nunca jamás tendría que
volver a aparearme a cambio de mi alma, habría firmado con mi propia sangre y con
los ojos inundados en lágrimas de gratitud.
Ya, sí, ahora aquí por escrito es muy
gracioso. Pero no tiene ninguna gracia, os lo aseguro. Además de sentirte (o
estar, vaya) fea, gorda, poco interesante y agotada la mayor parte del tiempo
te sientes, de propina, culpable. Primero tienes la excusa de la cuarentena
(hombres del mundo: la cuarentena NO dura cuarenta días, eso es uno de los
muchos mitos de la maternidad seguro que inventado por un tío) pero luego las
excusas se agotan y aquello no tira. Simplemente es que la libido y tú ya ni
siquiera os saludáis. Vamos, es que aunque se presentara en tu casa el reparto entero de 300
con un arsenal de fresas bañadas en chocolate negro, la alternativa de meterte
en la cama y dormir sería mil veces más apetecible.
Y luego los ves a ellos, con esas caras
de sufridores en casa, que se te quitan las ganas hasta de tocarles el brazo
para que se aparten y te dejen pasar, no vaya a ser que lo vean como una
invitación al desenfreno, que se lamentan entre amigos de lo poco que se lucen
y compiten entre ellos para ver quién tiene el récord de castidad. Al principio
te sientes mal, total ya no viene de añadir un poco de culpa a la que te viene
impuesta de serie con la maternidad. Intentas esforzarte de vez en cuando
pensando, ingenuamente, que lo mismo todo es intentarlo. Pero, después, te
cabreas. Te recuerda un poco a la Covada (por si alguien no lo sabe la Covada es
un ritual antiguo que se daba en algunas sociedades. Cuando la mujer daba a luz
era el hombre el que pasaba el postparto postrado en la cama lamentándose
mientras la mujer, recién parida, le preparaba la comida y le atendía en todo
aquello que necesitara. Fin de la aportación erudita del post). O sea, vale,
que yo no digo que no sea una putada para ellos, eh? No estoy en plan destroyer
gritando que se fastidien. Ha de ser duro para ellos también adaptarse a la nueva situación, hacerse a la
paternidad, crecer de golpe y todo lo que conlleva el “maravilloso mundo del
bebé”. Pero para nosotras tampoco es que
sea un chollo ni estamos alegres de la vida en plan, joder tía que guay, vaya
peso me he quitado de encima. No. Porque te acuerdas con cariño de tu libido y
de tu yo de antes y te ves ahora y no te reconoces. Y ya hablando mal y pronto,
ha de ser chungo tener ganas de follar y no poder pero es mucho peor follar sin
ganas. Palabrita.
En fin, voy a ver si me desprendo de
algo de culpa para hacer sitio a nuevas incorporaciones.
Enhorabona Marina!!!!!! mes clar l'aigua....... així és com ens sentim les senyores després de parir i els mesos posteriors..... QUE NO TENIM GANES i punto..... i que necessitem que no ens agobiïn, i temps per recuperar-nos..... un petunarru.
ResponderEliminarGràcies Laura :)
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