Hay veces que algunos momentos,
algunas conversaciones, te reconcilian con el género humano, aunque sea de
forma temporal. A mí me pasó el otro día, en una cena, cuando un amigo mío, un
tío razonablemente atractivo y un culturetas de esos capaces de hablar durante
horas de lo divino y lo humano, afirmó entre sorbo y sorbo de gintonic de 12
euros la copa que la sociedad actual
estaba convirtiendo en esquizofrénicas a mujeres perfectamente normales, que
históricamente el patriarcado ha puesto a las mujeres en una posición tan
jodida que no se puede hablar de
igualdad real en una sociedad creada a imagen y semejanza del hombre en la que
la mujer ha tenido que encajar con mejor o peor fortuna pero que nunca ha
llegado a hacerse suya. Toma ya. A priori no le presupongo a mi amigo motivos
ulteriores del tipo regalar los oídos al público femenino ya que ellos ganaban
por goleada (tres contra una, yo) ni una
estrategia para el encamamiento puesto que es un señor felizmente emparejado y
padre de dos retoños. Por supuesto, no necesito que ningún hombre valide una
postura que a mí me parece de una claridad aplastante pero no deja de ser
agradable constatar que no soy una neurótica que ve fantasmas donde no los hay
porque quedan fantasmas, muchos.
Se supone que las mujeres hemos
recorrido un largo camino. Y sí, es todo un detalle que ya podamos votar (por
cierto que en países como Suiza y Liechtenstein, tan civilizados, tan modernos
y tan ordenaditos no legalizaron el voto femenino hasta 1971 y 1984
respectivamente) y que nuestro marido o nuestro padre no nos tenga que dar
permiso para sacar dinero del banco o para coger un avión. Pero no podemos estar
agradecidas por poder hacer cosas que se presupone que son un derecho en sí
mismo. Es como si te dijeran, alégrate que por lo menos a vosotras no os
lapidan por ir con falda corta. Bueno, es que sólo faltaría. El tema no es
tanto lo que, por lo menos a nosotras no nos pasa sino las barbaridades que les
pasan a otras en nombre de una tradición cultural impuesta por el patriarcado en
el poder. Es decir, que está muy bien todo lo que se ha ido consiguiendo a lo
largo de los años gracias a sufragistas y feministas que se jugaban el tipo y
la vida por conseguir, no ya privilegios, sino derechos básicos y
fundamentales. Pero me niego a dar las gracias a ningún hombre por haber sido
tan magnánimo de cedernos unos derechos que son nuestros en tanto que seres
humanos.
Aunque es verdad que, al menos en
Occidente, ya no necesitamos pedir permiso para casarnos o para marcharnos del
país o para estudiar en la universidad o para abrir una cuenta bancaria (y
repito, es que sólo faltaría), esto que nos han vendido como liberación
femenina no es más que un gol que nos hemos dejado colar y esta supuesta
liberación nos está convirtiendo, como bien apuntó mi amigo, en
esquizofrénicas. La verdadera igualdad no es posible desde el momento en que es
la mujer la que se adapta a lo establecido sin que el hombre mueva un dedo por
crear un nuevo orden social, por mucho que algunos se jacten de que “ayudan” a
su mujer a poner la lavadora.
Aunque parezca que ya está todo
hecho y que somos súper modernas y emancipadas no es tarea fácil ser una mujer
en la actualidad. Una mujer moderna ha de ser una señora liberada
económicamente independiente. Por eso tiene que trabajar fuera de casa. Para
conseguir un puesto de trabajo pretendido, al mismo tiempo, por un señor, la
señora en cuestión no tiene que demostrar que vale igual que el señor, tiene
que demostrar que vale el triple, que es la hostia en vinagre, que si el señor
habla inglés, ella habla inglés de Cambridge, mandarín y ruso. Que si él tiene
carrera y máster, ella además tiene un doctorado en Harvard. En ese caso puede
que le den el trabajo a ella. Con sueldo de administrativa recién salida de la
FP, eso sí, porque cualquier día se preña (la mala costumbre que tienen las
mujeres de reproducirse justo en la edad más productiva, oyes) y a ver qué
haces. Así que vale, la mujer tiene que trabajar para no ser una maruja y una
mantenida. Pero sin pasarse, eh? Porque si tiene hijos debe pasar tiempo con
ellos, crear una sana relación de apego, darles la teta hasta que estén
estudiando para el examen de química de la selectividad, vivir la maternidad
como la reencarnación de Buda y preparar cupcakes integrales de mariposas y
sándwiches de espelta ecológica con caritas sonrientes y naricitas de cerdito
para la merienda para que nadie te mire de reojo por darle unas galletas
príncipe que has comprado deprisa y corriendo en el chino de la esquina. Pero
una mujer, como todo el mundo sabe, no es solo madre. También debe buscar
tiempo para la pareja, no vaya a ser que el pobre marido se sienta desplazado
por culpa de los hijos. Toda mujer moderna ha de tener siempre las ganas de
folleteo a punto porque, pobres hombres, es que les tenemos súper descuidados y
luego nos quejaremos de que busquen fuera lo que no tienen en casa (y esas
lagartonas que acechan tentándolos, pobrecitos). Pero las mujeres, además,
necesitamos tiempo para nosotras así que debemos organizar cenas con las amigas
porque no somos solo madres y esposas, también debemos cultivar las amistades. Pero tampoco vayamos a creernos que podemos
ir de farra siempre que nos apetezca, que tenemos unas obligaciones. Y si vamos
hechas unas zarrapastrosas es porque queremos porque ahí tenemos modelos de
mujeres que también son madres y están estupendas, míralas en las revistas.
Pero tampoco nos pasemos con la vanidad, que es de ser muy poco feminista y si
te operas las tetas está mal porque no te aceptas pero si vas sin depilar también
está mal porque eres una descuidada. Que al final parece que tengas que hacer
una encuesta a nivel nacional para ver qué es lo que se supone que debes hacer
con tu vida, coño.
No es verdad. No hay igualdad. No
la hay desde que alguien (colectivo, sociedad, hombre, mujer, tradición, me da
igual) se cree legitimado a disertar sobre la mujer como colectivo, como se
supone que debería ser su comportamiento o cuáles son sus roles. Este solo
hecho ya me parece una forma de cosificación de la mujer y no me importa que
algunas opiniones o artículos o conferencias coincidan con la visión que tengo
yo de lo que me gustaría para mí porque yo soy yo pero no todas las mujeres, de
modo que lo que me sirve a mí puede no servirle a todas. Y no la hay desde que
se siguen dando por válidos algunos patrones claramente paternalistas y
discriminatorios, ofensivos, incluso, pero tan arraigados y tan normalizados
que ya ni nos ofenden, que es casi peor. Porque es ofensivo que cuando violan a
una mujer midan la longitud de su falda y cuenten el número de copas que se ha
tomado. Es ofensivo que una mujer en el mando sea una mandona o una trepa o
tenga una vida sexual poco satisfactoria. Es altamente ofensivo que un señor
que manda tenga el cuajo de decir públicamente que le da miedo ir con una mujer
en el ascensor. Es ofensivo que un señor deportista rebata una nominación para
un puesto directivo deportivo diciendo que no está bien que una mujer entre en
un vestuario masculino. Es ofensivo que el aspecto físico de una mujer sea
motivo de comentario cuando esta señora no es modelo. Es ofensivo que en una
discusión le pregunten a una mujer si le ha venido la regla. Es ofensivo que
los hombres “ayuden” a las mujeres en casa y lo es casi más que una mujer le
diga a la otra la suerte que tiene de que su marido la “ayude” tanto. Es
ofensivo que “la otra” sea una puta. Es ofensivo que un hombre se sienta
legitimado para decirle a una mujer que “sonría que está más guapa” en una
situación clara de no flirteo. Es profundamente ofensivo dar por supuesto que
cuando una mujer rebate alguna actitud claramente discriminatoria es porque es
lesbiana y lo que necesita es un buen polvo que le quite la tontería.
Cambiad los ejemplos que más os
gusten y sustituid “mujer” por “negro” y luego hablamos de poco sentido del
humor y exageración.
Marina quina desfogada mes desfogada, si senyor!!!!! totalment d'acord......
ResponderEliminarTe voy a dar un dato, solo uno para que veas que en Occidente, o mejor aún, en Europa, sí hay que pedir permiso para tener pasaporte.
ResponderEliminarSoy argentina con doble nacionalidad, italiana y argentina, bien, tengo un hijo no estoy casada con el padre del niño. Tuve que sacar el pasaporte italiano y me encuentro con la sorpresa que el padre de mi hijo me tiene que AUTORIZAR a sacarme el pasaporte. Tuvo que acompañarme al Consulado Italiano en Buenos Aires y firmar una autorización, daba igual si estaba casada o no por el solo hecho de ser el padre debe autorizarme. Esto sucede en la Europa del S. XXI, tan Occidental y tan moderna con los derechos femeninos.
plas-plas-plas...! lo comparto!
ResponderEliminarGracies per dedicar-me les teves idees, es un detall molt important, no tinc gaire clar els motius que t'han impulsat a fer'ho peró benvinguda sigui la reflexió.
ResponderEliminarComparteixo amb tu que els drets es conquestan, no t'els regalan, i si ho fan, desconfia.
També comparteixo amb tú que no hi ha una dona igual a l'altre, i els patrons socials no sempre han de servir a tothom, si mes no, la famosa lliberació de la dona no es pas social, sino individual.
Pensa en el que dius; estableixes la superació de tu mateixa (com a génere) perque entens que lluitas contra l'altre.
Jo no ho entenc aixi, penso en termes d'humanitat i de temporalitat, no de génere ni d'actualitat.
He tingut la gran fortuna de viure el meu temps amb profunda dedicació i risc personal a un munt de causes que trencaven el motllo social establert, i al costat de grans dones he aprés a veure que la humanitat avança inexorablement a uns graus enormes de complicitat intelectual i práctica entre els géneres sense fer gens de cas amb els il·luminats de torn.
La pregunta del perqué et sents indignada amb el paternalisme protector de l'home, s'ha de situar dins l'ambit d'una educació moral que fins i tot ha pervertit l'essencia mateixa del cristianisme.
Aqui está el verdader camp de batalla.
Sols el coneixement ens fa lliures.