lunes, 30 de junio de 2014

Estudiar mola






Lo bueno de liarse la manta a la cabeza y decidirse a estudiar una carrera cuando estás más cerca de los cuarenta que de los veinte y coincides en clase con compañeros que, igualmente, rondan la cuarentena o incluso la superan, es que te relacionas con gente con  una experiencia vital a tener en cuenta. Es verdad que estamos menos lustrosos que los veinteañeros que pueblan la cafetería universitaria pero nosotros nos lo pasamos mejor. Porque a ver cuántos estudiantes pueden presumir de compartir  aula con toda una reina. Exacto, pocos. Y ojo, que no me invento nada. Yo voy a clase con su Majestad la Reina de la Croqueta, título ganado a pulso entre litros de bechamel y kilos de pan rallado. La Reina es una cuarentona que se declara en crisis de mediana edad estando estupenda, saca unas notazas tremendas, le pondría ojitos a Duran i Lleida y se ha convertido en usuaria habitual de google sex y cava Romagosa desde que se relaciona con nosotros. Las croquetas de la Reina han conseguido reunir a una docena de adultos y a unos cuantos niños para celebrar el comienzo de las vacaciones escolares comiendo y bebiendo como si no hubiera un mañana. Aunque, sin quitarle mérito a la Reina y a sus croquetas, he de reconocer que cualquier motivo nos parece de imprescindible celebración. Esta vez fue en la bucólica terraza con vistas al Montcau de la casa de veraneo de M., que graba todas las clases y después transcribe las horas y horas de chapa, se pone muy nerviosa con los exámenes, odia los números, todo el día está por ahí de viaje, es muy simpática y va siempre con unos modelitos ideales. Mención especial se merece I., una chica meticulosa y emprendedora, que no sé si tiene el título pero yo misma se lo otorgo, el de la reina de la ensaladilla rusa.
Pero, como digo, cualquier excusa es buena para olvidarnos de nuestra adultez y entregarnos al hedonismo, que de algo nos han de servir las clases de filosofía. Y, como ya no tenemos que pedirle permiso a los padres porque, esta vez, somos nosotros los padres, podemos celebrar el fin de exámenes entre canapés y chutes de helio proporcionado por F., un tío que se cubre con una nariz de payaso, es adicto a los caramelos de menta y con el que tengo desencuentros musicales aunque sin acritud y desde el cariño y que me debe tantas cervezas que si un día me las tomo me tendrán que ingresar. Proseguimos la celebración con cerveza caliente de lata con cubitos, cortesía de R., un cerverino cachondo y guapetón, que vendería su alma al diablo para conseguir más ojos con los que mirar a las tiernas jovenzuelas que pululan por la facultad y con cierta tendencia a la detención policial por su sospechosa semejanza con yihaidistas peligrosos; y la culminamos cenando como reyes, tomando gintonics en la terraza del piso de M., un tipo que me encaja perfectamente en la descripción de modernillo pijeras barcelonés (a pesar de su inicial apariencia de tío serio  podría caerme hasta bien si no fuera porque le odio a muerte por vivir en el piso de mis sueños en mi zona favorita del centro de Barcelona); y entregándonos al desenfreno danzatorio con J., un tío responsable con un aire aparente de preocupación perpetua por todo lo que tenemos que estudiar, las notas, las clases y si el profe contará mucho las faltas de asistencia pero que luego no se pierde ni una farra y que tiene mi gratitud eterna por su amabilidad en llevarme a casa en su coche; L., mi compi infatigable de trabajos redactados deprisa y corriendo a última hora porque "tía, que no llegamos", una tía que está tan contenta de haber vuelto a estudiar que hasta se pone guapa para venir a clase, que devora series sangrientas de gente freak y se alimentaría de mezcla de frutos secos (sin garbanzos, eso sí) pero tiene que empezar la dieta ya pero ya; y R., una chica menudita con un tipazo de escándalo que da un poco como de rabia porque encima come, que trabaja en el banco y tiene pinta de no haber roto nunca un plato pero que está la primera en todos los saraos, así como quien no quiere la cosa.
La verdad es que releo esto y veo que puede dar la impresión que estamos siempre por ahí de juerga y no, la juerga la podemos montar también en la misma universidad, que no están los tiempos como para hacerle ascos a nada. Así que aprovechamos y ya que estamos celebramos graduaciones que ni siquiera son nuestras pero, gracias a labia de E., un tipo que cumplió los 20 hace ya muchos meses, que debe de haber roto más de un corazón a ambos lados del charco y que parece tener 7 vidas, conseguimos que el personal del bar de la facultad nos guarde una bandeja de canapés y bocadillos, con un cartelito que reza "para E. y sus amigos", entre niñas vestidas de princesa por un día y niños con su primer traje y su primera corbata, muy enternecedor todo.
Pero que conste que también estudiamos. Mucho. Tanto que algunos hasta hacemos horas extra, como con J., cuando nos apuntamos a un seminario sobre Santo Tomás de Aquino.Yo duré 3 o 4 sesiones pero J. aguantó hasta el final. Pero es que J. es un tío listo, serio, guapo, que compite con sus propios hijos para ver quién saca las mejores notas, y que viene trajadísimo y encorbatadísimo pero después le descubres unos tatuajes modelo carcelario, uno en cada brazo,  que dan que pensar que, desde luego, todos tenemos un pasado y no sé si me atrevo a preguntarle por el suyo.
Hemos acabado el curso y no sé cómo serán las clases del próximo semestre. Pero por lo pronto ya vamos pensando en el próximo concurso de fideuás, que lo primero es lo primero.

jueves, 26 de junio de 2014

Una casa




 
 
A veces, cuando estoy muy estresada y necesito que se pare el mundo, me gusta pensar en una casa. Es una casa que no existe más allá de mi sueño y es por eso que es una casa perfecta, un refugio seguro que me acoge en una realidad paralela cuando el mundo es demasiado gris. Allí nadie me reclama ni tengo que hacer nada que no quiera ni mirar el reloj ni pensar en nada más que en vivir como me gusta.
Desde mi casa se ve el mar. Es una casa blanca y tiene las puertas y las ventanas de madera de colores. En mi casa hay una terraza soleada adornada con buganvillas en la que me siento a leer y a escribir y a ver pasar a la gente. Mi casa siempre huele a verano y tiene habitaciones grandes con ventilador en el techo y mosquiteras en las ventanas siempre abiertas. En mi casa duermo en una cama enorme de sábanas blancas y ligeramente ásperas que huelen a pino y a flores de naranjo. Cuando estoy en mi casa  estoy siempre guapa, tengo el pelo revuelto y el cuerpo moreno y voy descalza y con un vestido de algodón. A veces bajo andando a la playa por un camino de tierra. Voy temprano cuando todavía no hace demasiado calor y no se ha llenado de gente. A medio camino hay un restaurante pequeño que, en vez de puerta, tiene una cortina de esas de cuentas de colores de plástico. Hay un patio pequeño con mesas de piedra y forja y sillas de paja en el que sirven vino tinto en vasitos de cristal, café y aceitunas y siempre hay alguien con quien pararse a hablar y a perder el tiempo.
Mi casa es tan bonita que muchas veces viene gente a verme. No hace falta que me avisen porque la puerta está siempre abierta para quien lo necesite y yo siempre estoy feliz de compartir la alegría reparadora que proporciona mi casa. Cuando vienen amigos siempre hay risas y paz y buena comida y siestas perezosas y noches largas. Cuando ya no necesitan más estar en mi casa se marchan para dejar sitio a gente nueva. En mi casa no hay despedidas, solo personas que van y vienen.
Mi casa es un verano eterno de aire quieto y allí todo el mundo está contento.
Hace tiempo que no voy a mi casa y me está empezando a hacer falta.

martes, 24 de junio de 2014

Retomarlo




El 29 de mayo publiqué mi última entrada. Fue una entrada chula, de viajes, y me divertí escribiéndola. Tuvo bastante éxito y muchas lecturas y hay una segunda parte de esta entrada por escribir. Desde el 29 de mayo hasta hoy ha pasado casi un mes y ha sido un mes extraño y triste. A nivel personal han pasado cosas malas y he estado sin apenas tiempo para pensar. Además me ha coincidido con época de exámenes finales en la uni y aún no sé de dónde he sacado horas para todo.
Tengo muchas entradas pendientes en mi cabeza y me apetece retomar esto. Escribir el blog me sienta bien a pesar de no tener ninguna pretensión de ningún tipo, me lo paso bien, me hace estar más contenta en general. Sé que hay gente que me lee y no deja de sorprenderme que haya gente que me lee sin saberlo y que, de repente, un día, se descuelga y me dice, oye, que me mola tu blog. A mí se me queda una sonrisa bastante idiota y me vuelven las ganas de volver a escribir. Es como una especie de disociación personal, mi yo real y mi yo que escribe y a veces si me releo siento que el yo  real sería incapaz de decir las cosas que dice el yo que escribe. A lo mejor es por eso que me sienta bien, porque escribiendo soy un poco más quién me gustaría ser. Pero no sé por dónde empezar. Tengo ideas, sensaciones, pensamientos que necesito poner en orden pero es como si se me hubiera olvidado cómo se hacía. Pero la inspiración no existe. Cuanto menos escribes, menos cosas se te ocurren. Cuanto más lo pospones esperando la idea definitiva, más tarda la idea en llegar. Si no te sientas a escribir no escribes. Me esperan muchas entradas por escribir, mochileros, casas, sueños, amigos, junio. Lo retomo y estoy contenta.