Lo bueno de liarse la manta a la
cabeza y decidirse a estudiar una carrera cuando estás más cerca de los
cuarenta que de los veinte y coincides en clase con compañeros que, igualmente,
rondan la cuarentena o incluso la superan, es que te relacionas con gente con una experiencia vital a tener en cuenta. Es verdad que estamos menos
lustrosos que los veinteañeros que pueblan la cafetería universitaria pero
nosotros nos lo pasamos mejor. Porque a ver cuántos estudiantes pueden presumir
de compartir aula con toda una reina. Exacto, pocos. Y ojo, que no me invento nada. Yo voy a clase con su Majestad la Reina de la Croqueta, título
ganado a pulso entre litros de bechamel y kilos de pan rallado. La Reina es una
cuarentona que se declara en crisis de mediana edad estando estupenda, saca
unas notazas tremendas, le pondría ojitos a Duran i Lleida y se ha convertido
en usuaria habitual de google sex y cava Romagosa desde que se relaciona con
nosotros. Las croquetas de la Reina han conseguido reunir a una docena de adultos
y a unos cuantos niños para celebrar el comienzo de las vacaciones escolares
comiendo y bebiendo como si no hubiera un mañana. Aunque, sin quitarle mérito a
la Reina y a sus croquetas, he de reconocer que cualquier motivo nos parece de
imprescindible celebración. Esta vez fue en la bucólica terraza con vistas al
Montcau de la casa de veraneo de M., que graba todas las clases y después
transcribe las horas y horas de chapa, se pone muy nerviosa con los exámenes,
odia los números, todo el día está por ahí de viaje, es muy simpática y va
siempre con unos modelitos ideales. Mención especial se merece I., una chica meticulosa y emprendedora, que no sé si tiene el título pero yo misma se lo otorgo, el de la reina de la ensaladilla rusa.
Pero, como digo, cualquier excusa
es buena para olvidarnos de nuestra adultez y entregarnos al hedonismo, que de algo nos han de servir las clases de filosofía. Y, como ya no tenemos que pedirle permiso a los padres porque, esta vez, somos nosotros los padres, podemos celebrar el fin de
exámenes entre canapés y chutes de helio proporcionado por F., un tío que se
cubre con una nariz de payaso, es adicto a los caramelos de menta y con el que
tengo desencuentros musicales aunque sin acritud y desde el cariño y que me debe tantas cervezas que si un día me las tomo me tendrán que ingresar. Proseguimos la celebración con cerveza caliente de lata con cubitos, cortesía de
R., un cerverino cachondo y guapetón, que vendería su alma al diablo para
conseguir más ojos con los que mirar a las tiernas jovenzuelas que pululan por
la facultad y con cierta tendencia a la detención policial por su sospechosa
semejanza con yihaidistas peligrosos; y la culminamos cenando como reyes, tomando
gintonics en la terraza del piso de M., un tipo que me encaja perfectamente en
la descripción de modernillo pijeras barcelonés (a pesar de su inicial apariencia
de tío serio podría caerme hasta bien si no fuera porque le
odio a muerte por vivir en el piso de mis sueños en mi zona favorita del centro
de Barcelona); y entregándonos al desenfreno danzatorio con J., un tío responsable con un aire aparente de preocupación perpetua por todo lo que tenemos que estudiar, las notas, las clases y si el profe contará mucho las faltas de asistencia pero que luego no se pierde ni una farra y que tiene mi gratitud eterna por su amabilidad en llevarme a casa en su coche; L., mi compi infatigable de trabajos redactados deprisa y corriendo a última hora porque "tía, que no llegamos", una tía que está tan contenta de haber vuelto a estudiar que hasta se pone guapa para venir a clase, que devora series sangrientas de gente freak y se alimentaría de mezcla de frutos secos (sin garbanzos, eso sí) pero tiene que empezar la dieta ya pero ya; y R., una chica menudita con un tipazo de escándalo que da un poco como de rabia porque encima come, que trabaja en el banco y tiene pinta de no haber roto nunca un plato pero que está la primera en todos los saraos, así como quien no quiere la cosa.
La verdad es que releo esto y veo que puede dar la impresión que estamos siempre por ahí de juerga y no, la juerga la podemos montar también en la misma universidad, que no están los tiempos como para hacerle ascos a nada. Así que aprovechamos y ya que estamos celebramos graduaciones que ni siquiera son nuestras pero, gracias a labia de E., un tipo que cumplió los 20 hace ya muchos meses, que debe de haber roto más de un corazón a ambos lados del charco y que parece tener 7 vidas, conseguimos que el personal del bar de la facultad nos guarde una bandeja de canapés y bocadillos, con un cartelito que reza "para E. y sus amigos", entre niñas vestidas de princesa por un día y niños con su primer traje y su primera corbata, muy enternecedor todo.
Pero que conste que también estudiamos. Mucho. Tanto que algunos hasta hacemos horas extra, como con J., cuando nos apuntamos a un seminario sobre Santo Tomás de Aquino.Yo duré 3 o 4 sesiones pero J. aguantó hasta el final. Pero es que J. es un tío listo, serio, guapo, que compite con sus propios hijos para ver quién saca las mejores notas, y que viene trajadísimo y encorbatadísimo pero después le descubres unos tatuajes modelo carcelario, uno en cada brazo, que dan que pensar que, desde luego, todos tenemos un pasado y no sé si me atrevo a preguntarle por el suyo.
Hemos acabado el curso y no sé cómo serán las clases del próximo semestre. Pero por lo pronto ya vamos pensando en el próximo concurso de fideuás, que lo primero es lo primero.