miércoles, 30 de abril de 2014

Cosas que (le) pasan






Yo le tengo mucho cariño a mi blog porque es mío. Es como cuando tienes un hijo. Para ti es el más guapo, el más listo y el más mejor del mundo mundial. Pero objetivamente ves las cosas porque tienes ojos y criterio y aunque mi hijo, efectivamente es el más guapo y el más listo del mundo mundial y este es un hecho empíricamente comprobable, no pasa lo mismo con mi blog.

Mi blog es una birria. No pasa nada porque yo me lo paso bien escribiendo mis cositas y me sirve para canalizarme, ordenarme, evadirme, desconectar. En resumen, que me mola escribirlo. Tampoco pretendo ganarme la vida con él así que no tengo unas expectativas demasiado elevadas. Pero es una birria, las cosas como son.

Yo nunca había seguido un blog con fidelidad. Alguna entrada puntual aquí y allá pero nada serio. Hasta que un día me topé con Molinos y su Cosas que (me) pasan. Hace tiempo, no recuerdo dónde, descubrí un enlace a una entrada que hablaba sobre la baja maternal de Soraya Sáenz de Santamaría. De ahí fui a parar a otro post  sobre el maravilloso mundo de las tallas de ropa infantil (nunca ha dejado de hacerme morir de risa imaginarme a los “malvados acariciando gatitos” etiquetando la ropa) y ya me quedé enganchada. Lo que prometía ser un blog de maternidad cachondo se convirtió en más, en muchísimo más. Porque descubrí que Moli habla de sus princezaz  con bastante frecuencia pero esa es una pequeña parte de todo lo que convierte Cosas que (me) pasan en el blog que me gustaría escribir a mí.

Moli me ha caído bien y me ha caído fatal.

Me ha caído bien porque, gracias a ella, descubrí la Barter Books en Alnwick en un fin de semana de solterismo.
Me ha caído bien porque habló de la existencia de Maus y, así,  yo pude leerlo.
Me ha caído bien por dar a conocer a su amigo Juan. Estoy convencida de que todas las mujeres que seguimos el blog nos hemos enamorado un poco de él.
Me ha caído bien por inventar conceptos como empotrador o norueguismo. No entiendo cómo no figuran en el diccionario.

Pero, como digo, también me ha caído muy mal.

Moli me cae mal porque escribe sobre las cosas que yo escribiría y las escribe como me gustaría hacerlo a mí. Pero cuando llego  y veo que ya las ha escrito ella e infinitamente mejor de lo que yo sería capaz de hacerlo ni aun teniendo 2 vidas la odio un poco. En realidad es envidia.
También me cae mal porque es capaz de conmoverme con palabras normales, sin caer en el cursilismo grandilocuente de quien cree estar dando una súper lección de sensibilidad cuando lo que da es vergüenza ajena. Y eso es muy difícil de hacer. Leed cualquier descripción de sus hijas, de su padre, de sus amigos, incluso de pobreshermanos, y luego me contáis.
Me cae mal porque ha leído infinitamente más que yo, porque sabe un mogollón de cosas sobre las que puede escribir, porque tiene ideas que a mí no se me ocurrirán en la vida aunque no haga nada más que estar sentada en un sofá pensando en el blog durante los próximos 25 años.
Me cae mal porque algunas entradas han sido tan verdaderas, me he sentido tan identificada, que me han dolido.
Me cae mal porque escribe sin cortarse pensando en qué opinarás los demás si la leen. Me queda mucha vergüenza aún por perder.

Pero, a pesar de la envidia que me genera, como he dicho antes, tengo cierto criterio y, objetivamente,  tengo que admitir que Moli mola mil. Así que venga, aun a riesgo de perder los pocos lectores que tengo, os animo a que vayáis corriendo a descubrir Cosas que (me) pasan. De nada.

domingo, 27 de abril de 2014

¿Qué le compro?



Hay regalos que molan y regalos que no molan. A veces la gente se confunde y regala cosas que cree que molan cuando la realidad es otra. Esta guía básica sobre el regalo va dirigida a esta gente bienintencionada. Los que compráis cualquier mierda a última hora para salir del paso vais a continuar haciéndolo aunque yo os ponga señales con luces de neón, así que no hace falta que os molestéis en seguir leyendo.
 
Bueno, a lo que iba:
 
1. Colonias y perfumes diversos. En términos generales no molan, a no ser que tengas 90 años y la cosa vaya en plan, ¿qué le compramos a la abuela? Mmm...¡Ya está! ¡Una colonia! También puede llegar a molar que te regalen un perfume cuando sea uno súper especial que descubriste en un zoco perdido en Marrakech una vez que te fuiste de puente con un tío que te hacía temblar hasta las pestañas. Pero, admitámoslo, estas cosas no suelen pasarnos a la mayoría de mortales. Así que perfumes no. Y si van en un pack con el gel de ducha y la leche corporal tamaño viaje, que es que hay que ser cutre, todavía menos.
 
2. Flores y otros ejemplares del mundo vegetal. Las flores son chulas y, si te pillan por sorpresa, hacen muchísima ilusión. Pero luego llega el cerebrito de turno y sale con lo de ay, no, que las flores se mustian enseguida, mejor compramos una planta, que dura más. Las plantas se las regaláis a la abuela, junto con la colonia.
 
3. Peluches. Jamás. Bajo ningún concepto, sin ninguna excusa ni atenuante que valga. Si alguien os regala un peluche, desconfiad. Probablemente tenga antecedentes penales. O escuche a David Bustamante, que no sé qué es peor.
 
4. Bombones. A ver, la caja roja de Nestlé, los Ferrero Rocher y demás no molan. Es muy de salir del paso. Ostia, es el cumple de fulanita! Bueno, ahora que estoy en el súper comprando papel de cocina y lomo de dos colores aprovecho y le cojo una caja de Ferrero Rocher, que están buenísimos. O sea, no. Ahora, si hablamos de chocholate negro de habas de cacao de Madagascar y escamas de flor de sal, estoy abierta al diálogo.
 
5. Pijamas, lencería y otras interioridades. Pijamas sí. Hay pocas sensaciones más agradables que estrenar pijama, tan nuevecito, con su algodón suave y recién planchado, que huele a pijama nuevo y a sábanas de verano secadas al sol. Lencería, a ver, si es tipo bragas de color carne efecto vientre plano, no hace falta, gracias, ya me las compro yo. Si hablamos de lencería tipo zorrón de esa que es de poner y quitar, molaría si fuera Giselle Bundchen. Pero como la última vez que me miré en el espejo, Giselle ni estaba ni se la esperaba, casi mejor que lencería no.
 
6. Zapatos. Siempre una buena idea. Si encima son unos Loboutin o unos Jimmy Choo con tacón de 12 centímetros tendréis mi corazón para siempre. Soy una chica fácil.
 
7. Ropa. Depende. A priori no parece una mala idea. Es más, de entrada parece un regalo molón. Pero no sé por qué extraña razón, el 95% de las veces termina convirtiéndose en un regalo engorroso. Pueden pasar dos cosas: que te guste lo que te han regalado o que no. Si te gusta no será de tu talla y cuando vayas a la tienda tu talla estará agotada en todas las tiendas de España. Si han acertado con la talla, la prenda en cuestión será horrorosa y cuando vayas a la tienda a cambiarla, todas las cosas chulas que tenían las habrán acabado de vender a un grupo de turistas japonesas. Así que te hacen un vale para la nueva temporada. Si el vale no caduca, cunado llegue la nueva temporada descubrirás que lo has perdido. Si lo guardas a buen recaudo, cuando vayas tú toda feliz con tu vale, resultará que caducó justo la semana anterior. De modo que ojo con regalar ropa.
 
8. Libros. El mejor regalo. Pero regalar libros no es fácil, es uno de los regalos más personales que hay. Implica currárselo, conocer a la persona, invertir tiempo entre estanterías, buscar aquél que crees que le va a llegar o que te hace pensar en ella por algún motivo. Hay gente que cree que regalar libros es un recurso fácil, cuando no se te ocurre nada mejor. Se equivocan. Si te lo regalan bien no hay nada más íntimo.
 
9. Las cajas experiencia. Ya, ya sé que son muy socorridas. Y quien no haya regalado una alguna vez, que tire la primera piedra. Pero es lo más impersonal y lo más de salir del paso que existe. Ley del mínimo esfuerzo. No está mal recibirlo pero no es un buen regalo, no sé si me explico. Es la versión moderna del yo le doy veinte duros y que se compre lo que quiera.
 
10. Un viaje. De lo mejorcito. Para mí significa, me mola viajar contigo, quiero que pasemos unos días juntos en una ciudad chula donde callejearemos sin rumbo, comeremos cosas que engordan y nos olvidaremos momentáneamente de la rutina. Es un buen mensaje.
 
Por cierto, os había comentado que cumplo años en agosto? Calzo un 35. Gracias.
 
 

miércoles, 23 de abril de 2014

Los libros






Cuando era pequeña, en el cole, íbamos dos veces a la semana a la biblioteca. Allí podíamos escoger cualquier libro que nos llamara la atención. Los días que tocaba biblioteca leíamos durante una hora y después nos llevábamos el libro a casa. Cuando lo terminábamos hacíamos una ficha con un resumen del libro y un dibujo, lo devolvíamos y vuelta a empezar. En la pared había una cuadrícula clavada con chinchetas en la que pintábamos un cuadradito encima de nuestro nombre por cada libro que leíamos. Pintábamos los cuadraditos de un color u otro dependiendo del nivel de dificultad del libro que habíamos elegido. El color lila correspondía a la mayor dificultad. A mí me encantaban los días que tocaba biblioteca, sobretodo el día que me tocaba coger un libro nuevo, y pintar mis cuadraditos, aunque odiaba tener que hacer el dibujo para la ficha. Mis habilidades para el dibujo eran y siguen siendo nulas.

En segundo de BUP, el día de Sant Jordi montamos un puesto de libros para recaudar fondos para el viaje de fin de curso. De aquello hace hoy exactamente veinte años. En ese puesto me compré mi primer libro de Gabriel García Márquez: Doce cuentos peregrinos. A partir de ahí tuve una larga relación de amor con García Márquez que, con el paso de los años, se ha acomodado pero no ha desaparecido. Con Gabo sabes que vas a disfrutar seguro, sus libros son como un compañero fiel. De vez en cuando puede que te apetezca una aventura con un amante nuevo y está bien salir por ahí y experimentar pero, en momentos de incertidumbre, lo mejor es volver a quien en su día le entregaste el corazón. No se me ocurre una mejor historia de amor que la que surge entre Sierva María de Todos los Ángeles y Cayetano Delaura en Del amor y otros demonios. El mundo se ha quedado un poco huérfano sin García Márquez pero, por suerte, siempre tendremos sus historias.

Recuerdo que fue también en segundo de BUP cuando tuve un profe de literatura castellana a quién le apasionaba su trabajo y la poesía. Éramos adolescentes hormonados y el tío se presentó con los Veinte poemas de Neruda. Me acuerdo que nos leyó el puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo tenía 15 años, con el romanticismo a flor de piel y el libro se llamaba Veinte poemas de amor y una canción desesperada, era una apuesta segura. Me fascinó el conjunto, el poema, el libro, todo. Esa misma tarde me compré el libro, al que siguieron los Cien sonetos de amor,   las Odas elementales y un libro con cartas inéditas del poeta a Matilde Urrutia, el amor de su vida. Me llegué a aprender algunos poemas de memoria, suspiraba de amor, tan desgarrado, tan poético, tan intenso. Pablo Neruda siempre tendrá un lugar en mi corazón a pesar de que cuando, después de bastantes años, lo he releído no me ha parecido ni la mitad de bueno de lo que me parecía entonces.

Por mi fascinación por el reciente descubrimiento de García Márquez y Neruda empecé a interesarme mucho por los autores latinoamericanos, devoraba a García Márquez pero también empecé a leer a Isabel Allende, a Laura Esquivel, Cortázar, Benedetti, Octavio Paz. Compaginaba estas lecturas con las obligatorias del colegio, gracias a las cuales descubrí a Galdós, Machado, Baroja, Lorca…fue una muy buena época lectora.

Hacia los 19 descubrí a Almudena Grandes con el libro que, probablemente, he leído más veces en mi vida, Malena es un nombre de tango. Mi idilio con Almudena sigue vigente en la actualidad. No deja de impresionarme cómo una persona puede ser capaz de escribir tan bien, cómo puede llegar a desarrollar unas historias tan terribles de una forma tan cercana, como si no le costara nada escribirlas, como si tuviera las palabras en la punta de los dedos preparadas para ser escritas, como si se hubieran creado ellas solas y ella se limitara a transcribirlas. Yo leo a Almudena Grandes y pienso, ¿ves? yo lo escribiría así, tal cual. Pero la realidad es que no, que no lo escribo. Porque parece fácil pero no lo es. Cuando Almudena publica una novela nueva yo me siento reconfortada. Es como regresar a casa.


Otro de mis autores fetiche es John Irving. Me enganché a él a partir de El mundo según Garp, una novela que he releído también unas cuantas veces. En las novelas de John Irving siempre sabes con qué te vas a encontrar, personajes disfuncionales, hombres con muchas sombras y ese pesimismo vital que, no sé por qué, siempre achaco a la clase media americana cultivada. A pesar de todo, a pesar de saber que no me va a sorprender, siempre me alegra saber que existe una nueva novela de John. Y de Irving a Auster. Me pareció el lógico siguiente paso. Aun con estilos distintos y enfoques distintos, John Irving y Paul Auster me parecen dos autores que pueden ir de la mano. Me da un poco la sensación que si te gusta John Irving te va a gustar Paul Auster y viceversa. De Auster me gusta su forma sencilla de hablar de temas profundos. Lo lees y lo entiendes. No hace falta que seas filólogo ni nada por el estilo.
Digamos que estos son mis escritores pilares pero, entre ellos, he descubierto otros autores y otros libros que me han llegado. He leído cosas más sesudas y cosas más ligeras, dependiendo de la época y de mi estado de ánimo. He disfrutado muchísimo con las hermanas Bronte, Rohinton Mistry, Jonathan Franzen, Ian McEwan, Bill Bryson, Nancy Huston, Pedro Juan Gutiérrez, Simone de Beauvoir, Kazuo Ishiguro. Y muchos, muchísimos más. No hay muchas cosas mejores en el mundo que la perspectiva de empezar un libro nuevo, con todas las páginas aún por descubrir, leer por el puro placer de leer.

Leer da sueños y hoy, día de Sant Jordi, tengo mi nueva novela de Almudena Grandes para soñar. Hoy regreso a casa.


martes, 22 de abril de 2014

El gurú








Me encontraba yo el otro día dándole vueltas a varios temas para una nueva entrada, sin encontrar nada que me convenciera del todo y con el temor de tener que dar el blog por finiquitado tras haberme quedado sin ideas, cuando, por casualidad, un post tomó vida propia en mi cabeza después de pinchar en este enlace que encontré en Facebook: http://www.lavanguardia.com/vida/20100331/53900236179/carlos-gonzalez-los-ninos-que-duermen-con-sus-padres-tienen-menos-problemas.html
Sí, el gran Carlos González! El gurú que ha venido a abrirnos los ojos desde el más puro desinterés. Gratitud eterna al gran gurú.  Ja!
A nivel personal este señor reúne tres de las condiciones que más me repatean en una persona: me parece un tipo paternalista, antipático y redicho. Y sí, yo, como buena madre primeriza me he leído sus libros con devoción, casi casi subrayando pasajes en fosforito. Pero incluso entonces, en mi etapa de embarazo de color de rosa de conexión ultra especial con mi bebé y, después, en mi burbuja puérpera que me duró la friolera de dos años medio, ya me parecía un tío desagradable personalmente hablando.
De entrada puede parecer incoherente que, precisamente yo, que tengo un hijo de casi tres años que duerme en la cama familiar y que, teniendo unas muelas sobradamente preparadas para triturar filetes crudos de mamut salvaje, sigue tomando teta, vaya a rajar de este defensor a ultranza de la “crianza natural”. Pero es que hay cosas que son incompatibles con mi hígado: una es la sangría y, otra, los gurús vendemotos.
Resumiendo, Carlos González ha encontrado el secreto de la felicidad parental e hijil. Dice que para criar bien a un hijo se ha de compartir la mayor parte del tiempo con él. Bien. Lo que de entrada me chirría es lo de “criar bien” porque deduzco que si no pasas la mayor parte del tiempo con tu hijo estás “criando mal”. Ya empezamos con las lecciones. No hace falta ser una lumbrera para llegar a la conclusión que a los hijos hay que hacerles caso pero lo que parece que se le olvida a este señor es que la gente, en su inmensa mayoría, tiene la mala costumbre de comer todos los días, pagar el alquiler y vestirse. Y siento ser aguafiestas pero, para eso, tienes dos opciones: o eres hijo de un armador griego o trabajas y, francamente, no he hecho un trabajo científico de recopilación de datos así que igual estoy equivocada, pero diría que el porcentaje de armadores griegos en relación al total de la población mundial, muy muy elevado no tiene pinta de ser. Cuando el avispado periodista le hace notar este punto concreto, el buen doctor sale con que “en el fondo todo el mundo se puede permitir cuidar de sus hijos. Es cuestión de prioridades.” Así, con toda su boca de comer pan. Vamos que el tío que está cobrando gasolina, poniendo cafés o haciendo turnos en una fábrica por cuatro duros está tan desubicado que tiene que venir el gran gurú a mostrarle el camino.  Es que tiene tela. ¿Y eso de las prioridades? Porque a ver, yo no aspiro a vestirme en Valentino ni a viajar en primera clase pero, llamadme superficial, de vez en cuando necesito salir de las cuatro paredes de mi casa. Podría no trabajar, claro, pero no sé si mi hijo sería más feliz con una madre asqueada y desquiciada. Pero aun suponiendo que sí, que lo fuera, yo no lo sería. Y que yo sepa todavía no le he vendido mi alma al diablo así que lo siento pero sí, mis necesidades también cuentan, de modo que, hijo mío, tendremos que negociar, hoy por ti y mañana por mí. Que probablemente sean necesidades superficiales resultado de la sociedad que hemos creado pero, por suerte o por desgracia, es lo que me ha tocado vivir. Es muy fácil teorizar sobre lo natural y respetuoso que era tener hijos en Borneo durante la prehistoria pero yo qué sé, a mí me tocó el siglo XXI en la provincia de Barcelona, a ver si también me voy a tener que sentir culpable por eso. Desde luego que ser madre es muy gratificante, muchísimo, pero no es lo único que gratifica mi vida aunque sea lo más importante de ella. No sé si el símil es demasiado acertado pero, aunque me flipan los percebes, no estaría comiendo percebes todos los días a todas horas, no sé si me explico.
Yo, con lo que me descojono, es con lo de la conciliación. La conciliación, esa palabra con la que los políticos se llenan la boca, es el gol más grande que nos han colado, especialmente a las mujeres. ¿Conciliación? Si dejar a tu hijo con 4 meses en la guardería (o con la abuela, que para el caso lo mismo da) para irte a currar con la lengua fuera porque llegas tarde, encerrarte en la oficina durante 8 horas (y con jornada partida, claro) para salir a las 8 de la tarde y llegar a tu casa para encontrarte al niño con la canguro a punto para ir a dormir es conciliación, pues vale, conciliamos. Pero eso no es conciliar, eso es ir a trabajar y sentirte culpable a la vez. Culpable porque no ves al niño y porque lees cosas como que estás “criando mal” porque no pasas suficiente tiempo con tu hijo. Es muy guay. Pero luego sale el iluminado de Zapatero con su cheque bebé debajo del brazo y todos le hacemos la ola porque nos da 2.500 eurillos para “fomentar la natalidad”. Y nosotros contentos. Somos gilipollas y tenemos lo que nos merecemos. Que a las mujeres con hijos no se las contrata porque “faltan mucho a trabajar”, bueno, ¿y qué? Nosotros ya tenemos nuestros 2.500 euros en el bolsillo para el Bugaboo y el intercomunicador con cámara de rayos infrarrojos firmada por Spielberg. Lo mejor es que vinieron las vacas flacas y nos quedamos, de un día para el otro, sin los 2.500 euros y sin políticas reales de conciliación y de fomento a la natalidad. Es que la crisis es muy mala.
Pero por lo pronto es lo que hay. Los suecos y los finlandeses se lo montarán de fábula pero nosotros no somos ni suecos ni finlandeses, somos españolitos mediocres con la situación laboral que nos ha tocado y, como decía un profesor algo peculiar que tuve, con estos bueyes hay que arar. Padres e hijos vamos a tener que aprender a adaptarnos a la situación y, si los esquimales fueron capaces de adaptarse a vivir en el polo norte, con el frío que hace, seguro que nuestros hijos, tan calentitos, tan queridos y tan mimados crecerán sin desarrollar un trastorno ansioso depresivo en el futuro. A mí que venga un señor a decirme lo traumatizados que se van a quedar nuestro hijos porque nos vamos a trabajar cuando la gran mayoría de trabajadores no pueden hacer gran cosa al respecto me parece de muy poca ayuda, la verdad. Que le damos vueltas a todo, lo analizamos todo, nos culpabilizamos por todo y ya está bien. Pero toda la horda de hooligans incondicionales del gurú, si te permites la más leve crítica a sus sagradas escrituras, te miran con lástima y te dicen que él no te está llamando mala madre, que si tú te sientes así es porque sabes que, en el fondo, no lo estás haciendo bien y que tienes ahí un conflicto no resuelto.
No sé qué le afecta más a mi hígado, si los gurús o los borregos.