No voy a ir a la V convocada para el 11 de septiembre de este año. Tampoco fui a la cadena humana del año pasado. Si finalmente se lleva a cabo la consulta del 9 de noviembre es probable que no vaya tampoco.
No sé si mis motivos son
coherentes o incoherentes, lógicos o ilógicos, pero en cualquier caso son los
míos y a mí me valen. Principalmente lo que me pasa es que no me siento
representada por la causa. La gente que me conoce un poco sabe que no me gustan
las banderas, ni las de aquí ni las de allí. En teoría se denuncia una
situación de injusticia a nivel de gestión, que me puede parecer más o menos
creíble (no entiendo tanto de números ni de las complejidades de la gestión
administrativa y económica de un país – imagino que puede haber tantas explicaciones
y tantos matices como gente interesada en el pastel, vamos, que seguro que lo
que cuenta Mas es distinto a lo que cuenta Rajoy y supongo que cada uno tendrá
su cuota de razón o verdad). Si se presentan unos hechos puramente objetivos,
si alguien me dice no, mira, a mí me da igual, yo creo que es mejor separarnos
por una cuestión estrictamente económica, porque si somos pequeños podremos
gestionarnos mejor y será más fácil, lo compartiré más o menos pero soy capaz
de entenderlo. Pero, inevitablemente, se termina en derroteros patrióticos.
Discursos identitarios. Ellos contra nosotros. Y eso a mí me mata.
Por un lado, no me gustan los
nacionalismos. Y no me refiero a los nacionalismos separatistas exclusivamente,
me refiero a todos los nacionalismos, también a los unitarios y totalitarios. Sé
que las situaciones y las circunstancias no pueden equipararse pero la historia
está tristemente llena de trágicos desenlaces de componente nacionalista. No
pongo en duda que la mayoría de nacionalistas son gente de bien. Honestamente
creo (o quiero creer) que hoy y aquí nadie estaría dispuesto a ir a la guerra
por sus ideales nacionalistas. Pero tampoco creo que en otros lugares en los
que la cosa ha acabado como el rosario de la aurora estuvieran deseando o
anticipando una guerra. Supongo que todo el mundo piensa que a ellos no les
pasará pero a veces es suficiente con encender la mecha si el caldo de cultivo
está creado. Hermann Göring, fundador de la Gestapo nazi, en una entrevista que
concedió mientras estaba en la cárcel durante los juicios de Nuremberg declaró:
“Por supuesto, la gente no quiere guerra. ¿Por qué
querría un pobre diablo en una granja arriesgar su vida en una guerra cuando lo
mejor que puede conseguir es volver a su granja de una pieza? Naturalmente, la
gente de a pie no quiere guerra; ni en Rusia ni en Inglaterra ni en América, ni
por supuesto en Alemania. Eso se entiende. Pero, después de todo, son los
líderes del país los que determinan la política y es siempre algo muy simple
arrastrar al pueblo, tanto si es una democracia, o un régimen fascista, o un
parlamento o una dictadura comunista. El pueblo siempre puede ser arrastrado a
los deseos de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que decirles es que
están siendo atacados, denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y
poner al país en peligro. Funciona igual para todos los países." Y no, ya lo sé, no es lo mismo la Alemania de los años
30-40 que la Cataluña – España actual. Pero no es difícil crispar los ánimos
apelando al sentimiento patriótico. Y eso a mí me repatea el hígado. Lo siento,
pero es así. No creo en hechos diferenciales de ningún tipo. El lugar de
nacimiento es algo meramente circunstancial, producto del azar. Obviamente el
hecho de criarse aquí en vez de en Botswana lleva a desarrollarte de un modo
distinto. ¿Y qué? ¿Queremos una medalla? Tampoco es lo mismo criarse en la zona
alta de Barcelona que en un pueblo rural del interior que en un barrio obrero
del área metropolitana. Pero eso no es código genético, es azar. Y por supuesto que yo también le tengo apego
esto en tanto que tengo aquí a mi familia, a mis amigos y a mis recuerdos. Pero
apego a la tierra como madre patria, llamadme descastada, yo cero. Me hace
gracia la dicotomía esta de si te sientes más española o más catalana, o las
dos cosas por igual, o una cosa sí y la otra no. ¿Qué significa exactamente
sentirse catalán? ¿Y español? ¿Qué se supone que he de sentir distinto
sintiéndome catalana? Yo no puedo hablar ni sentir por todos los catalanes, no
los conozco a todos y sólo puedo hablar por mí, y no creo tener más cosas en
común con un tío de Castellfollit de la Roca por el mero hecho de ser catalán
igual que yo que con uno de Valdepeñas, por poner un ejemplo. No somos más nobles ni más honrados ni más
trabajadores ni más tacaños. Me agota esta épica de buenos tiempos pasados
arrebatados, del romanticismo de las derrotas injustas, de que todo lo malo que
nos pasa es culpa de los demás. Estoy harta de que nos miremos el ombligo, de
que seamos incapaces de hacer autocrítica, de los tópicos, de escuchar
discursos de gente que habla por hablar de, por ejemplo, lo bien que viven en
Extremadura sin ser capaces apenas de situar Extremadura en el mapa. Vamos, que
yo si tuviera tan meridianamente claro lo cojonudamente bien que se vive en
Extremadura me vendería el chiringuito y me instalaría allí mañana mismo a
comer jamón ibérico y a vivir del cuento, coño, que es que además de buenos somos
tontos.
Por otro lado, el proceso soberanista actual, me parece de un oportunismo
político que tira de espaldas. Cuando la cosa iba bien, cuando teníamos los
bolsillos llenos, todos contentos. Es cierto que ardores patrios ha habido
siempre, desde luego, pero no a esta escala ni a este nivel generalizado (que
digan lo que digan fuera de aquí, existe). Cuando las cosas han ido mal de
verdad, cuando ya no se ha podido seguir derrochando, cuando asumir
responsabilidades era peligroso para asegurarse la continuidad en la poltrona,
de repente se ha empezado a echar balones fuera y a abrir los ojos a los
incautos catalancitos para que vieran que por culpa de los demás nosotros
estamos mal. Y mientras hablamos de esto y nos peleamos y organizamos cadenas
humanas no hablamos del derroche y del choriceo vario ni hacemos autocrítica ni
vemos qué podemos hacer mejor. Y CIU y Esquerra Republicana se dan de la mano,
vamos, un pacto súper natural. O a lo mejor es que Esquerra tampoco es tan de
izquierdas porque a mí, personalmente, el término “izquierda nacionalista” me
parece, cuanto menos, un oxímoron. Pero es solo una apreciación personal.
Tengo un amigo muy politizado y muy involucrado en la causa al que veo poco
pero con el que me llevo bien que siempre, medio en broma (o no tan de broma)
me dice que, en realidad, los que nos declaramos “ciudadanos del mundo”, lo que
afirmamos no sentirnos representados por ninguna bandera, en el fondo somos
españolistas encubiertos. Yo no sé los demás pero desde luego no es mi caso. Porque
aunque por toda mi perorata no lo parezca, creo en el derecho de
autodeterminación de los pueblos. Y creo que los pueblos deberían tener derecho
a decidir cómo se organizan. Pero creo que debería hacerse siguiendo las reglas
del juego. Que no digo que sean las mejores reglas pero, para bien o para mal,
son las que son y si no nos gustan pues deberíamos poder cambiarlas. Pero no
tiene sentido enrocarse en una postura que, legalmente, no reconoce nadie y no
lo creo, repito, porque crea que tenemos unas reglas del juego cojonudas, sino
porque simplemente no me parece operativo, tanto esfuerzo no va a servir para
nada. Tampoco comprendo, por otra parte, esa constante negación por parte del
gobierno central de una realidad que, les guste más o menos, existe. Porque
existe. Aunque luego hablen de mayorías silenciosas que no se manifiestan. Aquí
y ahora en Cataluña hay un sentimiento nacionalista importante que me parece absurdo
negar. Como no comprendo los discursos de pertenencia e identidad nacional no
me vale el discurso de España unida pormiscojones. Nadie sale ganando aquí si
no se acercan posiciones. La negación constante y continua de un sentimiento y
una realidad no hace más que acrecentar esos sentimientos nacionalistas y
entramos en un círculo vicioso sin fin. Por último, no comprendo algunos
comentarios y algunas posturas de ciertos sectores de fuera de Cataluña. Hace
un par de días leí en Facebook un comentario de alguien refiriéndose a los
independentistas como sepa-RATAS. Eso sobra, ni que sea por una mera cuestión de
educación. Y lo de los putos catalanes y lo de los polacos y lo de lo malos
malísimos que somos porque enseñamos catalán a nuestros hijos en los colegios y
tiene que venir Wert a arreglar el desaguisado con una ley absurda que parece
que la haya puesto ni que sea por tocar los cojones. Pero vamos a ver, por
poner un símil, si yo estoy en una comunidad de vecinos y resulta que los del
4ºB se quieren marchar del bloque, y encima son unos vecinos horrorosos,
maleducados, gilipollas, ruidosos, que encima no quieren pagar las cuotas y yo
los odio tanto como para referirme a ellos como sepa-RATAS, lo más normal sería
que quisiera que se marcharan cuanto más lejos mejor, ¿no? Pues se ve que no,
que prefiero que se jodan ellos aunque eso signifique joderme yo. Eso sí,
tendré un bloque unido por mis huevos. Y viva el bloque!
En fin. Que no. Que yo paso. Que no me gustan ni unos políticos ni otros,
que no me siento representada por nadie, que no me gusta en lo que se está
convirtiendo todo esto. Así que no voy. Además, no puedo: le he prometido al
hijo ratón un día en el Tibidabo.
Estoy totalmente de acuerdo contigo (creo que por primera vez). Aunque el sepa-RATAS fue de un amigo mío.... y créeme, para mi tiene mucha razón de ser en muchos aspectos.
ResponderEliminarMuy bien argumentado, así da gusto hablar con catalanes.
ResponderEliminarGracias LadyLazy ;)