martes, 9 de septiembre de 2014

Yo no



No voy a ir a la V convocada para el 11 de septiembre de este año. Tampoco fui a la cadena humana del año pasado. Si finalmente se lleva a cabo la consulta del 9 de noviembre es probable que no vaya tampoco.
No sé si mis motivos son coherentes o incoherentes, lógicos o ilógicos, pero en cualquier caso son los míos y a mí me valen. Principalmente lo que me pasa es que no me siento representada por la causa. La gente que me conoce un poco sabe que no me gustan las banderas, ni las de aquí ni las de allí. En teoría se denuncia una situación de injusticia a nivel de gestión, que me puede parecer más o menos creíble (no entiendo tanto de números ni de las complejidades de la gestión administrativa y económica de un país – imagino que puede haber tantas explicaciones y tantos matices como gente interesada en el pastel, vamos, que seguro que lo que cuenta Mas es distinto a lo que cuenta Rajoy y supongo que cada uno tendrá su cuota de razón o verdad). Si se presentan unos hechos puramente objetivos, si alguien me dice no, mira, a mí me da igual, yo creo que es mejor separarnos por una cuestión estrictamente económica, porque si somos pequeños podremos gestionarnos mejor y será más fácil, lo compartiré más o menos pero soy capaz de entenderlo. Pero, inevitablemente, se termina en derroteros patrióticos. Discursos identitarios. Ellos contra nosotros. Y eso a mí me mata.
Por un lado, no me gustan los nacionalismos. Y no me refiero a los nacionalismos separatistas exclusivamente, me refiero a todos los nacionalismos, también a los unitarios y totalitarios. Sé que las situaciones y las circunstancias no pueden equipararse pero la historia está tristemente llena de trágicos desenlaces de componente nacionalista. No pongo en duda que la mayoría de nacionalistas son gente de bien. Honestamente creo (o quiero creer) que hoy y aquí nadie estaría dispuesto a ir a la guerra por sus ideales nacionalistas. Pero tampoco creo que en otros lugares en los que la cosa ha acabado como el rosario de la aurora estuvieran deseando o anticipando una guerra. Supongo que todo el mundo piensa que a ellos no les pasará pero a veces es suficiente con encender la mecha si el caldo de cultivo está creado. Hermann Göring, fundador de la Gestapo nazi, en una entrevista que concedió mientras estaba en la cárcel durante los juicios de Nuremberg declaró: Por supuesto, la gente no quiere guerra. ¿Por qué querría un pobre diablo en una granja arriesgar su vida en una guerra cuando lo mejor que puede conseguir es volver a su granja de una pieza? Naturalmente, la gente de a pie no quiere guerra; ni en Rusia ni en Inglaterra ni en América, ni por supuesto en Alemania. Eso se entiende. Pero, después de todo, son los líderes del país los que determinan la política y es siempre algo muy simple arrastrar al pueblo, tanto si es una democracia, o un régimen fascista, o un parlamento o una dictadura comunista. El pueblo siempre puede ser arrastrado a los deseos de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que decirles es que están siendo atacados, denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y poner al país en peligro. Funciona igual para todos los países." Y no, ya lo sé, no es lo mismo la Alemania de los años 30-40 que la Cataluña – España actual. Pero no es difícil crispar los ánimos apelando al sentimiento patriótico. Y eso a mí me repatea el hígado. Lo siento, pero es así. No creo en hechos diferenciales de ningún tipo. El lugar de nacimiento es algo meramente circunstancial, producto del azar. Obviamente el hecho de criarse aquí en vez de en Botswana lleva a desarrollarte de un modo distinto. ¿Y qué? ¿Queremos una medalla? Tampoco es lo mismo criarse en la zona alta de Barcelona que en un pueblo rural del interior que en un barrio obrero del área metropolitana. Pero eso no es código genético, es azar.  Y por supuesto que yo también le tengo apego esto en tanto que tengo aquí a mi familia, a mis amigos y a mis recuerdos. Pero apego a la tierra como madre patria, llamadme descastada, yo cero. Me hace gracia la dicotomía esta de si te sientes más española o más catalana, o las dos cosas por igual, o una cosa sí y la otra no. ¿Qué significa exactamente sentirse catalán? ¿Y español? ¿Qué se supone que he de sentir distinto sintiéndome catalana? Yo no puedo hablar ni sentir por todos los catalanes, no los conozco a todos y sólo puedo hablar por mí, y no creo tener más cosas en común con un tío de Castellfollit de la Roca por el mero hecho de ser catalán igual que yo que con uno de Valdepeñas, por poner un ejemplo.  No somos más nobles ni más honrados ni más trabajadores ni más tacaños. Me agota esta épica de buenos tiempos pasados arrebatados, del romanticismo de las derrotas injustas, de que todo lo malo que nos pasa es culpa de los demás. Estoy harta de que nos miremos el ombligo, de que seamos incapaces de hacer autocrítica, de los tópicos, de escuchar discursos de gente que habla por hablar de, por ejemplo, lo bien que viven en Extremadura sin ser capaces apenas de situar Extremadura en el mapa. Vamos, que yo si tuviera tan meridianamente claro lo cojonudamente bien que se vive en Extremadura me vendería el chiringuito y me instalaría allí mañana mismo a comer jamón ibérico y a vivir del cuento, coño, que es que además de buenos somos tontos.
Por otro lado, el proceso soberanista actual, me parece de un oportunismo político que tira de espaldas. Cuando la cosa iba bien, cuando teníamos los bolsillos llenos, todos contentos. Es cierto que ardores patrios ha habido siempre, desde luego, pero no a esta escala ni a este nivel generalizado (que digan lo que digan fuera de aquí, existe). Cuando las cosas han ido mal de verdad, cuando ya no se ha podido seguir derrochando, cuando asumir responsabilidades era peligroso para asegurarse la continuidad en la poltrona, de repente se ha empezado a echar balones fuera y a abrir los ojos a los incautos catalancitos para que vieran que por culpa de los demás nosotros estamos mal. Y mientras hablamos de esto y nos peleamos y organizamos cadenas humanas no hablamos del derroche y del choriceo vario ni hacemos autocrítica ni vemos qué podemos hacer mejor. Y CIU y Esquerra Republicana se dan de la mano, vamos, un pacto súper natural. O a lo mejor es que Esquerra tampoco es tan de izquierdas porque a mí, personalmente, el término “izquierda nacionalista” me parece, cuanto menos, un oxímoron. Pero es solo una apreciación personal.
Tengo un amigo muy politizado y muy involucrado en la causa al que veo poco pero con el que me llevo bien que siempre, medio en broma (o no tan de broma) me dice que, en realidad, los que nos declaramos “ciudadanos del mundo”, lo que afirmamos no sentirnos representados por ninguna bandera, en el fondo somos españolistas encubiertos. Yo no sé los demás pero desde luego no es mi caso. Porque aunque por toda mi perorata no lo parezca, creo en el derecho de autodeterminación de los pueblos. Y creo que los pueblos deberían tener derecho a decidir cómo se organizan. Pero creo que debería hacerse siguiendo las reglas del juego. Que no digo que sean las mejores reglas pero, para bien o para mal, son las que son y si no nos gustan pues deberíamos poder cambiarlas. Pero no tiene sentido enrocarse en una postura que, legalmente, no reconoce nadie y no lo creo, repito, porque crea que tenemos unas reglas del juego cojonudas, sino porque simplemente no me parece operativo, tanto esfuerzo no va a servir para nada. Tampoco comprendo, por otra parte, esa constante negación por parte del gobierno central de una realidad que, les guste más o menos, existe. Porque existe. Aunque luego hablen de mayorías silenciosas que no se manifiestan. Aquí y ahora en Cataluña hay un sentimiento nacionalista importante que me parece absurdo negar. Como no comprendo los discursos de pertenencia e identidad nacional no me vale el discurso de España unida pormiscojones. Nadie sale ganando aquí si no se acercan posiciones. La negación constante y continua de un sentimiento y una realidad no hace más que acrecentar esos sentimientos nacionalistas y entramos en un círculo vicioso sin fin. Por último, no comprendo algunos comentarios y algunas posturas de ciertos sectores de fuera de Cataluña. Hace un par de días leí en Facebook un comentario de alguien refiriéndose a los independentistas como sepa-RATAS. Eso sobra, ni que sea por una mera cuestión de educación. Y lo de los putos catalanes y lo de los polacos y lo de lo malos malísimos que somos porque enseñamos catalán a nuestros hijos en los colegios y tiene que venir Wert a arreglar el desaguisado con una ley absurda que parece que la haya puesto ni que sea por tocar los cojones. Pero vamos a ver, por poner un símil, si yo estoy en una comunidad de vecinos y resulta que los del 4ºB se quieren marchar del bloque, y encima son unos vecinos horrorosos, maleducados, gilipollas, ruidosos, que encima no quieren pagar las cuotas y yo los odio tanto como para referirme a ellos como sepa-RATAS, lo más normal sería que quisiera que se marcharan cuanto más lejos mejor, ¿no? Pues se ve que no, que prefiero que se jodan ellos aunque eso signifique joderme yo. Eso sí, tendré un bloque unido por mis huevos. Y viva el bloque!
En fin. Que no. Que yo paso. Que no me gustan ni unos políticos ni otros, que no me siento representada por nadie, que no me gusta en lo que se está convirtiendo todo esto. Así que no voy. Además, no puedo: le he prometido al hijo ratón un día en el Tibidabo.


2 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo (creo que por primera vez). Aunque el sepa-RATAS fue de un amigo mío.... y créeme, para mi tiene mucha razón de ser en muchos aspectos.

    ResponderEliminar
  2. Muy bien argumentado, así da gusto hablar con catalanes.
    Gracias LadyLazy ;)

    ResponderEliminar