miércoles, 19 de marzo de 2014

Pena y catarsis





El 26 de junio de 2009 tuve la certeza de que me había quedado embarazada. Todas esas cosas de bah, por una vez no pasa nada, con lo difícil que es, eso sólo les pasa a los demás…todo cruzó por mi mente para autoengañarme pero yo sabía que me había quedado preñada.
El 13 de julio, el día que nacía mi ahijado Arnau, me hice un test de embarazo. Positivo, por supuesto. Una mierda. Yo no quería estar embarazada ni había sentido la llamada de la naturaleza, mi reloj biológico debía de estar un poco defectuoso porque yo no quería tener un hijo. Así que contenta lo que se dice contenta no me puse, la verdad. Pero tampoco se me ocurrió no seguir adelante con el embarazo, yo qué sé, tenía 30 años, situación sentimental, laboral y económica estable y tampoco tenía clarísimo que nunca en la vida iba a tener hijos. Supongo que pensé que, si había llegado, era un momento tan bueno o tan malo como cualquier otro.
Teníamos reservado un viaje a los Estados Unidos para ese agosto puesto que la preñez no entraba en nuestros planes. Yo me encontraba fantásticamente bien y nos íbamos solos, a nuestro aire y sin prisas así que seguimos adelante con las vacaciones previstas. Fue un viaje fantástico y yo me encontraba genial, la mayor parte del tiempo ni siquiera recordaba que estaba embarazada. Culminamos el periplo americano de casi 3 semanas en Nueva York.
El día 1 de septiembre tenía mi primera visita en el ginecólogo. Primera visita y primera eco. Estaba de 11 semanas y la verdad es que ya bastante ilusionada con la idea de tener un bebé. Me enchufaron el ecógrafo y ahí estaba, lo que parecía que no podía ser, lo que parecía que eso a mí no me podía pasar, como un muñequito en movimiento, con sus brazos y sus piernas y su cabeza y su corazón latiendo. Un flipe. Después me vestí y a partir de entonces empecé a escuchar una serie de sonidos articulados en palabras que no significaban absolutamente nada para mí pero que terminaron por cambiar para siempre mi percepción de las cosas. Pliegue nucal aumentado. Ductus venoso reverso. Ecografía de alta resolución urgente. Triple screening. Biopsia corial. Como si me estuvieran hablando en arameo, igual. Yo no sabía nada de embarazos ni había leído nunca nada al respecto porque mi interés en la materia era nulo antes de preñarme. Así que como si estuviera en una especie de burbuja, como si nada de lo que me estaba pasando me estuviera pasando de verdad, como si me estuviera viendo desde fuera, completamente insensible, hice todo lo que me dijeron que tenía que hacer. Resultado de la ecografía de alta resolución: mal. Resultado del triple screening: fatal. Resultado de la biopsia corial: terrible.
El 13 de septiembre de 2009, justo el día que cumplía las 13 semanas de embarazo, ingresé en el hospital para someterme a un aborto voluntario. Con 13 semanas de gestación ya no podían hacerme un aborto quirúrgico así que me indujeron el parto. Tardé 11 horas en expulsarlo y dolió muchísimo. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me prometí que si un día paría a un hijo vivo iba a tener un parto sin anestesia porque no quería asociar los dolores de parto a la muerte. Esa noche me quedé ingresada. Tenía un hambre atroz y cuando me subieron del paritorio ya habían pasado la cena. Xavi me fue a buscar un súper bocata de tortilla al bar de enfrente del hospital. Me sentó de puta madre y me recuerdo pensando que ni los disgustos me quitaban el hambre.
Al día siguiente al mediodía me fui a mi casa. No me encontraba demasiado mal dadas las circunstancias. Luego, por la tarde, me senté en el suelo de la terraza y me eché a llorar porque no podía dejar de pensar en si el feto habría nacido vivo y se habría muerto al entrar en contacto con el exterior y no poder valerse por sí mismo o si se habría muerto dentro con el chute de hormonas que me pusieron para parir. No sé qué perra me entró con eso cuando fuera como fuese, el resultado era el mismo.
Fue un periodo de llorar mucho. Dormía más o menos bien el día que no tenía pesadillas pero abría los ojos y lloraba una pena que no sé explicar. Tenía un sueño recurrente que no he sido capaz de verbalizar hasta que no ha pasado el tiempo. Soñaba que tenía un bebé pequeñito pequeñito, del tamaño de una uña. Como era tan pequeño lo tenían que poner en la incubadora y me lo traían a la habitación para que le diera el pecho. Era tan pequeño que cuando lo cogía y me lo ponía al pecho lo asfixiaba y se moría. No sé cuántas veces soñé lo mismo. Me despertaba con una angustia que no me dejaba respirar.
Lo que peor llevé y lo que no he logrado todavía perdonar del todo es el silencio. Que nadie fuera capaz de preguntarme cómo estaba. Como si no hablando del tema no hubiera pasado. Que me dijeran que no pasaba nada, que le pasaba a mucha gente y que ya tendría otro hijo. Estoy convencida que ahora que, por fin tengo un hijo después de un segundo aborto aunque en circunstancias distintas y menos traumáticas, en general la gente cree que aquello ya está más que olvidado. Y la verdad es que no duele como antes porque me habría vuelto loca pero es como una cicatriz, como un dolor sordo, que no impide vivir pero que hace que no haya día en que no te acuerdes de lo que pasó, de aquella pena, de cómo cambió todo.
Han pasado casi 5 años y creo que no me arrepiento de la decisión que tomé. Fue la que en su día me pareció la acertada y he aprendido a vivir con ello. Pero ahora que tengo un hijo, que sé el amor infinito que me despierta, lo miro y pienso si no lo querría igual exactamente igual si estuviera enfermo.
Me resulta curioso cómo el hecho de abortar voluntariamente cuando el bebé viene mal es motivo de comprensión y empatía, incluso de irremediabilidad. Yo no lo tengo tan claro. Cuando una mujer aborta porque no quiere ser madre, aborta porque no quiere ser madre. Punto. En cambio yo decidí que quería tener a ese hijo pero cuando supe que no estaba sano aborté. Es como decir, te quería pero en estas condiciones no. Es jodido planteárselo en estos términos, no te deja en muy buen lugar.

1 comentario:

  1. “Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus células y neuronas, de sus heridas y entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y del momento aquél, el único en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeño, lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza. Y es la historia de sus raíces y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior, para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre.
    Pero también es la historia de una conciencia y de sus luchas interiores. También una mujer es la historia de su utopía.”


    ― Marcela Serrano, Antigua Vida Mía

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