martes, 18 de marzo de 2014

Rescatando recuerdos 11 años después: Cuba



Este texto lo escribí hace más de 10 años, después de pasar un mes en Cuba con la Associació Catalana per la Pau. Probablemente ahora lo escribiría de otra manera pero lo escribí con mucho cariño en su día y me trae buenos recuerdos a pesar de que las cosas no han terminado demasiado bien. A lo mejor un día me animo a retomarlo. Seguro que después de 11 años veo las cosas de otra manera.




Lo primero que aparece en mis recuerdos cuando pienso en la ciudad son las azoteas encendidas de ocre y azul bajo el sol del atardecer. Dicen que los años pasan para todo el mundo pero parece que en Centro Habana, el tiempo, más que pasar arrasara. Da la sensación que una voz, el pasar de un coche o una risa más ruidosa de lo habitual, bastasen para derrumbar unos edificios que, como casi todo en la isla, sobreviven a golpes de milagro. Para algunos Cuba es sinónimo de mojito, de salsa, de paseos románticos por La Habana Vieja, de salitre caribeño, de paladares con langosta, de gentes pintorescas y extrovertidas. En cambio mi Cuba sabe a ron barato, a supervivencia, a medias verdades y a mentiras rotundas; mi Cuba tiene sabor a sexo, a domingos de rumba, a refresco de limón.

Bueno, es sábado por la mañana y los de la CTC nos llevan al Municipio de Cultura en un destartalado jeep comprado a los soviéticos por allá en los sesenta. Seguramente ha conocido tiempos mejores. Las ventanillas no se pueden bajar y las puertas sólo se abren desde dentro. El calor es infernal dentro del coche, apretados como vamos Itxaso, Armonía, Elena, Belén, Ofelia, el chófer y yo. Tardamos en salir unos cuantos minutos, que parecen horas, debido a la dificultad en recolocar a Jordi, a Álex y a Mónica en otro medio de transporte. La guagua, y como es el primer día no podemos saber que será cosa habitual, está estropeada (“¡Apúrense, que las muchachitas se van a asfixiar!”). Al final se acuerda que el jeep regresará a Torcedores, el lugar donde nos alojamos, a recoger al resto del grupo una vez nos haya dejado a nosotras sanas y salvas. En realidad se trata de un trayecto de no más de quince minutos a pie, pero estamos en Cuba y, como descubriremos a lo largo de todo el mes, la espontaneidad y los cambios de planes de último momento no gozan de demasiadas simpatías dentro de las esferas oficiales (no se debe olvidar que nuestra contraparte es la CTC, la gran organización sindical que acoge a la mayoría de trabajadores cubanos).
Al final parece que nos vamos. Durante el viaje hasta Los Sitios apenas hablamos, demasiado ocupadas en tratar de asimilar lo que pasa a nuestro alrededor (llegamos ayer por la noche, por lo que se puede decir que este es nuestro primer contacto con las calles de Centro Habana – estoy tan emocionada que podría explotar en cualquier momento - ). Nos impresiona el estado de semi ruina en el que se encuentran muchos edificios, parece que se van a desplomar de un momento a otro, mientras Ofelia, de la CTC, nos explica orgullosa que el 90% de los cubanos son propietarios de su vivienda. Soy perfectamente capaz de comprender el orgullo que siente esta mujer por los logros obtenidos por su Revolución pero, muchas veces, no puedo evitar preguntarme ¿a qué precio? Ya estamos en Los Sitios, un gran centro social que, y hablo por mí sola, está bastante mejor de lo esperado. Nos recibe Idalia, la directora, una mulata cincuentona, regia, majestuosa, con un cuerpazo espectacular. Nos da la bienvenida de esa forma que sólo los cubanos saben hacer, solemnemente, como si fuéramos gente importante, pero, al mismo tiempo, de manera familiar y desenfadada, como si fuéramos viejos amigos. Enseguida nos presenta a Daisy, a Barbarita, a Alexis y a Pablo. Un poco más tarde se nos unirán Sergio, Nelson y Yoanka quienes, junto con los demás, nos ayudarán a que nuestro proyecto se parezca un poco a lo que habíamos planeado. No deja de sorprenderme el gusto, o tal vez la costumbre, de los cubanos por la jerarquía más estructurada. Daisy no es una asistenta social, sino la directora de relaciones internacionales. Los chicos y Yoanka no son simples monitores o profesores, son promotores culturales especializados en distintas cosas: Sergio en comunicación, Pablo en relaciones públicas y animación sociocultural, Yoanka en arte, Nelson en música y Alexis un poco en todo, ya que él es el jefe de los promotores de cultura. Tal vez esto responda a la arraigada estratificación social, como de partido, propiciada por Fidel desde el triunfo de la Revolución, cada uno con su misión, cada persona o grupo responsable de algo concreto. O tal vez se deba a la importancia que se le da en Cuba a toda expresión artística y a toda manifestación cultural, sea de la clase que sea.
Hacemos un recorrido por las instalaciones que en los próximos quince días se convertirán en nuestro centro de trabajo, en nuestro referente en la ciudad y, un poco, en nuestro hogar. En nuestra primera mañana en Los Sitios, vacío y silencioso por ser fin de semana, poco podemos imaginar el bullicio y la vida que se respirarán a partir del lunes.
Idalia nos habla orgullosa de la exposición de arte que tienen el centro. Cada año va rotando y se concede a diferentes entidades de la ciudad mediante sorteo. Es un gran honor poder disponer de esa colección, son muestras de obras de arte europeas. Nos muestra la exposición como si fuera un tesoro. Vemos que las muestras de arte no son más que fotocopias a color de cuadros conocidos: las Meninas, las Tres Gracias, el Gernika, los Girasoles, la Mona Lisa...las láminas están bastante descoloridas y arrugadas pero Idalia se comporta como si estuviéramos en el mismísimo Hermitage. Me entran ganas de llorar.


Busco la solidaridad cubana y la encuentro. Sin ir demasiado lejos, aquí mismo, en Los Sitios, me impresiona la labor que esta gente está llevando a cabo con los pocos recursos de los que disponen y por un salario de apenas 15 dólares mensuales. El Municipio de Cultura de Los Sitios sería un equivalente a nuestros centros sociales. En verano, durante el periodo de vacaciones escolares, se dedican a los talleres para los niños y las niñas del barrio, que es donde nosotros participamos. No me hago demasiadas ilusiones respecto a nuestra aportación, más bien me lo tomo como una aproximación, como una participación simbólica, como un reconocimiento al trabajo que ya se viene realizando desde hace años. Estoy convencida de que estas personas saben perfectamente, y mucho mejor que nosotros, cómo organizar unos talleres de verano, por mucha preparación que podamos tener (y que no es mi caso) puesto que ellos tienen dos cosas de las que nosotros carecemos: años de experiencia y un conocimiento profundo de su realidad. Lo único que nosotros tenemos y a ellos les falta es material: 10 cajas enormes llenas de material escolar más unos cuantos rollos de papel de embalar, una cincuentena de cartulinas grandes de colores y un proyector de diapositivas, que nos da algún que otro problema en el aeropuerto. Sin embargo, creo que merece la pena el proyecto. Me lo tomo como un aprendizaje aunque se supone que soy yo quien debe enseñar algo a estos niños. ¿Yo? Pero si lo más parecido a la educación a la que me he enfrentado han sido unas cuantas clases particulares de inglés a una adolescente de trece años. No sé si me he equivocado pero ya no hay vuelta atrás.
Durante el resto del año el Municipio funciona como centro cívico, para niños pero también para adultos. Se imparten clases de arte y manualidades, se hacen actuaciones musicales, hay una biblioteca (con el 80% de las estanterías vacías) donde cualquier persona puede ir a leer, a estudiar, a consultar libros para trabajos escolares y universitarios; se organizan eventos culturales relacionados con la música, la danza, el cine, el teatro; tienen un centro de grabación para músicos amateurs...La verdad es que, viendo la escasez generalizada de todo tipo de cosas materiales, hay que quitarse el sombrero ante tantas ganas y dedicación, ante tanta ilusión. Todos estos proyectos contribuyen a que la gente de un barrio con serias dificultades sociales derivadas de las malas condiciones de la vivienda, los servicios, las infraestructuras, el hacinamiento de las personas en las casas (pueden llegar a vivir familias de hasta 8 personas en cuartos de 10 metros cuadrados) tengan una ilusión por algo, un centro de integración. Particularmente ayuda a que, sobretodo los niños, tengan un punto de referencia, una ayuda para sus sueños, y no caigan en lo que a veces parece inevitable, el deambular por las calles tratando de hacerse con unos pesos, un bolígrafo o un caramelo. La ilusión, la solidaridad y la cultura no dan de comer, eso por supuesto, pero personalmente creo que ayudan a crecer mejor, a depender menos de lo externo, a tener una vida más rica. No quiero pasarme de simplista, no es tan fácil como eso, en Cuba hay necesidades reales y gravísimas por cubrir, pero de alguna manera tiene que ayudar, a la fuerza, si no, ¿qué sentido tendría?

Lunes, 4 de agosto. Día D, Hora H. En fin, vamos allá. Idalia presenta a la nueva brigada de catalanes a los 150 niños y niñas que nos miran inquietos, expectantes, con esa mezcla de emoción por la novedad y de ganas de correr, jugar y chillar propias de un primer día de colegio. Tengo ganas de dar media vuelta, desandar mis propios pasos y largarme por donde he venido. Hace muchísimo calor en Los Sitios, no puedo hacerlo, ¿pero qué coño estoy haciendo yo aquí? ¿En qué estaba yo pensando cuando decidí que enfrentarme a 20 niños convencidos de que les llevaba grandes sorpresas y divertidísimos juegos era una buena idea? Una niña de pelo rizado y ojos grandes, preciosa, me mira y me sonríe. Luego sabré que se llama Margarita, que la tengo en mi clase y que ya apunta maneras de lagartona a los nueve años. Me tranquilizo un poco y me quedo donde estoy. Jordi (un maestro con los niños, me descubro ante él), Álex, Sergio, Nelson y Pablo se encargan de la representación inicial, una mini obra de teatro sobre la historia de un barco pirata cargado de tesoros que ha naufragado en La Habana, muy cerca de donde nos encontramos. Hace tanto calor que a los pobres “actores” se les corre la pintura de la cara y eso que nos hemos esforzado para que se parecieran lo máximo posible a unos aterradores piratas. Día a día irán apareciendo pistas que irán encajando hasta completar el mapa del tesoro el último día de los talleres. El tesoro: una cartulina que dice “No hay mayor tesoro que la amistad”, unos cuantos caramelos y el material escolar que nos ha sobrado, que se quedará en el centro.
Me pareció una idea fantástica mientras preparábamos el proyecto en Barcelona. Ahora no lo tengo tan claro, ¿podremos despertar el interés de los niños? ¿Les gustará el tema? ¿Serán demasiado pequeños o, por el contrario, demasiado mayores? Afortunadamente parece que los niños prestan atención, se ríen cuando se tienen que reír, gritan cuando tienen que gritar...a lo mejor todo sale bien.


Las tostadas con jamón del desayuno me sabían a pobreza. No puedo decir que la comida en Cuba fuera mala, al contrario, pero algunas cosas sabían a tristeza: las tostadas con jamón, el pan en general; los caramelos, montoncitos informes de azúcar de colores en bolsas de cuarto de quilo a poco más de tres pesos cubanos que me compró Mónica para mis anginas; el yogur grumoso y líquido del mercado oficial, natural o de fresa (¿fresa?) con un ligero regusto a algo quemado que me era familiar aunque aún ahora soy incapaz de identificar, nada que ver con el yogur comprado en divisas, mucho más parecido a nuestros danones; las galletas saladas que nos ponían cuando escaseaba el pan; las malditas pizzas de queso. Y la falta de caprichos. Es de una frivolidad intolerable, ya lo sé, pero no HAY nunca de nada.


Desde el momento en que un químico, un médico, un arquitecto o un ingeniero se gana mejor la vida vendiendo pulseras en el mercadillo del Malecón o conduciendo Coco-Taxis para turistas que ejerciendo su profesión, es que algo falla, por muy gratuita que sea la educación.
Algo falla también cuando los habitantes de uno de los países más importantes en cuanto al cultivo de la caña de azúcar tienen que hacer largas horas de cola en una bodega de abastecimiento para conseguir cuatrocientos gramos de azúcar cada dos o tres meses.
Hay algo que definitivamente no va bien cuando un cubano tiene prohibida la entrada a un hotel destinado al turismo internacional, cuando va preso durante diez años por comer ternera procedente del mercado negro (en contadísimas ocasiones hay carne procedente del mercado oficial), cuando apenas prueba el pescado (que, por otro lado casi nunca escasea para el turismo, ¿es eso la igualdad?) viviendo en un pedazo de tierra rodeada de mar, cuando arriesga su vida, su familia y sus raíces para lanzarse al mar en busca de una tierra cuya promesa se queda muchas veces por cumplir.
Hay algo que está mal cuando en un país donde la sanidad es pública y gratuita las farmacias abren sus puertas de manera puramente simbólica porque es imposible encontrar una aspirina, un preservativo, una dosis de insulina, un desinfectante o una jeringuilla.
Las cosas están pésimamente mal cuando un gobierno, sin más legitimación que la que él mismo se otorga, decide encarcelar a 74 periodistas, escritores y demás intelectuales (y fusilar a otros pocos) por expresar públicamente sus opiniones, por más contrarrevolucionarias que puedan ser.
La situación empieza a tocar fondo irreversible cuando la izquierda revolucionaria y progresista empieza a comportarse como la derecha más reaccionaria, dogmática y fascista para aferrarse al poder con uñas y dientes sin consultarle al pueblo (ese gran pilar de la revolución cubana, ironías de la política, supongo) si sigue contando con su consentimiento. Durante las manifestaciones de julio de 2003 en La Habana en contra de la política exterior del gobierno de José Mª Aznar, Fidel Castro declaraba que “el noble pueblo español no merece la tiranía fascista de su gobernante”. Es posible que sea cierto, a nadie le gusta la prepotencia ni el “sí porque yo lo digo”. Pero el noble pueblo español, equivocadamente o no, con inteligencia o sin ella, ha elegido a su gobernante. Al pueblo cubano, noble o no, la tiranía le viene impuesta de serie, tanto si lo merece como si no.


*Nota: han pasado 11 años y los proyectos comunes entre Cuba y Barcelona ya no siguen adelante. He perdido la pista de la mayoría de gente pero sé que, de la gente con la que convivimos, Yoanka se casó con un finlandés y se fue a vivir a Finlandia; que Sergio, el cubano más guapo de la isla, se vino a España con Belén y tuvieron dos hijas; que Nelson está en España tras dejar el país y a dos hijos vía Italia y aterrizando en mi casa y que tuvo una hija aquí con una valenciana; que Pablo se dejó a mujer y a hija y se fue a Alemania donde ha tenido dos hijos más y de Alexis, lo último que sé es que seguía en Cuba, encarcelado por robar una moto.

Tengo que retomar los recuerdos, vistos con la perspectiva del tiempo aunque las memorias no sean tan tan nítidas como entonces.


1 comentario:

  1. M'encanta. M'agradaria fer un comentari més sesudo però estic sense paraules. Way to go!

    ResponderEliminar