miércoles, 17 de diciembre de 2014

De Navidad, huevos y amigos




El pasado viernes salí a cenar con la gente de clase. Nosotros no necesitamos muchísimas excusas para salir por ahí pero es que además estamos a las puertas de Navidad y ya se sabe. Salí del restaurante con mi macrobolso, mi abultada carpeta azul, una sonrisa en los labios y una bolsa de plástico en la mano que contenía un jersey gris, un batidor de huevos,  una bolsita con maquillaje y una chaqueta negra cortita.

 Sí, he dicho un batidor de huevos. Cena de Navidad, también he dicho. Por un silogismo básico de Lógica de COU del tipo si A es igual a B y B es igual a C luego A es igual a C, la cena de Navidad y el batidor de huevos nos llevan irremediable y efectivamente al amigo invisible.

Vamos a ver, si es que no sé por qué me molesto yo en escribir nada si luego la gente hace lo que le sale del moño. Yo escribí una entrada algún día no muy lejano explicando qué se podía regalar y qué no. ¿Veis? http://misasuntosinternos.blogspot.com.es/2014/04/que-le-compro.html

 Vale que no especifiqué nada sobre el batidor de huevos y entono el mea culpa, pero si regalar una colonia ya estaba en la columna del no, no sé qué le ha hecho pensar a alguien que me gustaría tener, de entre todas las cosas que se pueden comprar, un batidor de huevos. A ver, que no es feo, eh? Es redondito  y metes el huevo ahí adentro y agitas el cacharro y el huevo sale batido y tal. Muy conveniente. Pero es un batidor de huevos, al fin y al cabo, y es Navidad, época de ilusión, coño, regálame un pintalabios rojo o unos pendientes o un brillantito de esos que se pegan en la nariz…hasta unos Ferrero Rocher, si me apuras y vas con prisas y a última hora. Pues no. Un batidor de huevos. Tócate los pies. Me inquieta plantearme la imagen que debo proyectar cuando alguien piensa que regalarme un batidor de huevos es una buena idea. Yo que me creía tan sofisticada. Me hace pensar en mi amiga Marga y su teoría de la Thermomix. Pero esta es otra historia.

 Es que claro, luego quedo yo como Ebenezer Scrooge protestando en tan entrañables fechas. Pero es que el amigo invisible es un invento del diablo. El único amigo invisible que tolero es el que hago con mis amigas. Porque son mis amigas y las quiero. Las conocí por allá en la época de cuando las pinturas de las cuevas de Altamira no se habían secado aún y durante 20 años nos hemos reunido religiosamente sin fallar ni un solo año para cenar, cotillear y darnos un regalo, llamémosle amigo invisible, llamémosle regalo de Navidad, porque ya hablamos de un presupuesto majo y de regalos que sabemos positivamente que nos van a gustar o, que al menos, no nos van a horrorizar. Nuestro amigo invisible es una excusa para juntarnos y establecer un nuevo récord anual del tipo a ver quién de nosotras habla más o cuenta más penas o más alegrías. Pero son 20 años y hasta yo me ablando. Y no deja de asombrarme lo poco y lo mucho que hemos cambiado en todo este tiempo, y cómo han evolucionado las conversaciones desde que empezamos con 16-17 hasta ahora que rondamos los 36-37: de las sangrías de las 4 de la tarde a esta noche me dejan hasta las 12 a tía que me ha pedido salir, a bodas, separaciones, embarazos, pérdidas, nacimientos, muertes y divagaciones sobre el sexo de los ángeles. Y un año más viejas cada vez, con más arrugas y más canas pero un año más sabias y más molonas. Ni que sea por eso ya vale la pena el amigo invisible.

 Pero no sé qué moda es esta de ahora que a la que se monta un sarao en las inmediaciones del mes de diciembre siempre sale algún iluminado en plan, tíos, tíos, he tenido una idea superoriginal, y si organizamos un amigo invisible? Y tú allí con cara de nada pensando, ¿es necesario? Pues se ve que sí. Da igual lo que sea, la comida de empresa, una cena de madres de la clase de los conejos, la junta de accionistas del Banco, la reunión de vecinos del bloque…es Navidad, nos queremos todos mogollón y toca hacer el amigo invisible. Y tienes un presupuesto de 5 euros y te ha tocado el contable, al que te cruzaste un día por casualidad cuando salías de la entrevista de trabajo hace 13 años. Y claro, pasa lo que pasa. Mi batidor de huevos es una pieza de art-déco al lado de algunos regalos de amigo invisible: gatitos de porcelana con tres bombones de chocolate con leche del malo, llaveros de los chinos, tangas rojos (del que se cree transgresor a la par que cachondo), ceniceros en forma de wáter, soportes de esos para poner el móvil de formas más o menos originales…y tú con cara de entusiasmo, claro, porque tu amigo invisible está presente y no es plan de hacerle un feo. Con lo malísima actriz que soy yo.

 En fin, que nada. Que feliz Navidad a todos y tal.

 PD: Si mi amigo invisible me está leyendo, en serio, que no está tan mal eh? Seguro que hago unas tortillas cojonudas, con lo que  me gusta a mí la tortilla francesa (y esto es rigurosamente cierto).

 PD 2: Yo regalé un cómic muy chulo. A mi amigo invisible le gustó. O al menos es mucho mejor actor que yo, que tampoco es muy difícil. Lo mismo está encendiendo la barbacoa con él y yo aquí sintiéndome toda orgullosa de mí misma.

 PD 3: Este sábado tengo el amigo invisible con mis amigas. Ironías de la vida, cenamos en el sitio en el que nos encontrábamos a los 16 para jugar al duro con sangría a las 4 de la tarde. Aquel garito se hizo mayor, se jubiló y hoy es un restaurante glamouroso y divino como nosotras.

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