lunes, 22 de diciembre de 2014

Nosotras





20 de diciembre: nos reunimos cinco mujeres como cinco soles. Nos dan una mesa redonda muy chula en un rincón. Viene la camarera, una chica preciosa con rastas en el pelo y un piercing en la nariz de los que me gustaría hacerme a mí: chicas, el vino blanco o tinto? Nos miramos. Una de cada, no? La cosa promete.

Pedimos comida como si fuéramos a verla por última vez. Huevos a la brasa, croquetas, gambas con kikos, pizza de setas, bravas de moniato, perturbadoras mini hamburguesas de pies de cerdo,  tataki de pato, pastel de chocolate con helado y trufas para el café. No sé quién inventó eso de que las mujeres no comemos. Bueno, las demás no sé. Nosotras comemos, doy fe. Luego nos quejamos de que tenemos barriga pero, como dice A., en algún sitio tenemos que meter los intestinos.

Comemos y, principalmente, hablamos. Contamos las cosas más insignificantes con dos mil detalles, nos atropellamos, nos interrumpimos, nos morimos de risa. El año pasado, la cena navideña fue un mar de lágrimas. Este año dejamos las lágrimas en casa, que no nos cabían en el bolso.

R. ha venido divina, con una minifalda ajustada de lentejuelas negra, una blusa de seda blanca y los labios rojos. Me fijo en que llevamos todas los labios pintados de rojo (bueno, menos M. pero ella no se maquilla nunca). Con la edad tenemos la suficiente actitud: a los 25 te pintas los labios de rosa; a los 35, de rojo pasión.  R. nos habla de quistes y de coches inteligentes, de cómo ella y su barriga de embarazada de 8 meses se tuvieron que parar el día anterior a revisar los neumáticos de camino a una sesión de biodescodificación. Ella es mucho de biodescodificarse. Que lo mismo le vale para el quiste que para ponerse de parto que para dejar de pelearse con su madre que para afirmar que cómo nos va a ir bien en la vida si nos empeñamos en emparejarnos con tíos que son nuestros hermanos o algo por el estilo. No sé, tiene que ver con los trimestres y los días de nacimiento y cosas de esas esotéricas. Cualquier día nos tira las cartas. Pero nos reímos. Mientras lo cuenta se zampa las croquetas sin ningún rubor. Así preñada parece un Yoda sereno que nos ve desde su mente biodescodificadamente iluminada. Mola. Se queja de tener un ataque de cuernos porque ya no salgo con ellas y las he abandonado pero no es verdad. Lo que pasa es que no salgo, ni con ellas ni con nadie. Haz un asuntos internos, me dice. Y eso hago.

A A. he pasado a recogerla por casa para ir juntas hasta el pub en el que hemos quedado antes de cenar. Es un pub de esos de imitación irlandesa, bastante cochambroso, pero habíamos llegado a pasar las horas muertas allí y ponen churrucas de las que dejan los dedos apestosos durante semanas aunque te laves las manos con lejía con frenesí obsesivo - compulsivo. Ya no se puede fumar pero sigue oliendo a rancio. Estamos nostálgicas. Cuando llego a casa de A. está a medio arreglar y en modo quémepongoquenotengonadaqueponerme. Al final la convenzo para que se cambie el jersey negro de hermanita de la caridad que se me ha puesto por una camiseta transparente. Es guapa, es Navidad y lleva una faldita de flecos ideal. Pero no es un poco de pilingui? A. tiene un hijo que se lleva tres semanas exactas con el hijo ratón. Pasamos juntas los embarazos. El padre del hijo en cuestión la plantó cuando su bebé tenía 4 meses (si aún me chorreaban las tetas, tía…esta es A., tú la ves con pinta de salir en el Hola con Tamara Falcó y luego te suelta perlas como esta pero yo ya no me inmuto, hace 26 años que somos amigas). A. ha pasado el trago de un abandono en el momento de estrenarse en esto de la maternidad, ha tenido que conciliar tiempo con su hijo y tiempo con su curro porque tiene la inmensa suerte de ser autónoma (perdón, emprendedora) y no poder ponerse mala ni pedirle horas al jefe, pagar la hipoteca sola, terminar en urgencias cada vez que coge vacaciones y lidiar con una invasión de cucarachas misteriosas que empezaban a hacerla dudar de su propia cordura. Ponte la camiseta de pilingui, tómate la pastilla para el dolor de estómago y vamos a celebrarlo por todo lo alto!

E. ha adelgazado mogollón. Se quedó sin curro en abril y se ha recolocado hace un par de meses en un centro excursionista. Organiza cosas de esas de ir de excursión y de montaña y tal. Todo eso que me gusta tanto a mí. La vi flaca y hablando de cosas de maratones y pensé hala ya estamos, otra que se ha pasado al lado oscuro, qué va a ser de mí? Pero por suerte no. Ha adelgazado porque está buscándole el sentido a la vida y mientras buscas pues lo que pasa, que te olvidas de comer. Le sienta bien esto del autopsicoanálisis, está más guapa y más preocupada pero se ríe más y tiene el pelo más brillante. También ha cambiado los jerseys de cuello vuelto por las transparencias y le sientan mucho mejor. Será que se gusta más ahora que antes?

M. es el ojo que todo lo ve. La única rubia del grupo. La madre de mi ahijado. Parece que te da como reparo, allí tan seria, que es profesora en la universidad y todo, que es como muy de mayor y responsable, no? Y a veces pienso en morderme la lengua porque a ver qué va a pensar. Pero luego lo pienso un poco y la recuerdo guardándose paquetes de mortadela envasada al vacío en la carpeta para irse de farra interminable con su AX de cuarta generación y una tienda de campaña. O con 16 tiernos años en Inglaterra, fumando en casa de un francés recién conocido. O ya con treintaytantos entre gintonics y fiestas de moros y cristianos en la costa de Alicante. Que a lo mejor no habla mucho pero vaya, que a estas alturas, poco va a escandalizarse ya. Lo que pasa es que las cosas no son siempre fáciles y cada una lo lleva como puede o como sabe. Pero el sábado se acostó a las 6, como una campeona.

La del 20 de diciembre fue una buena noche. Como si nos volviéramos a conocer todas por primera vez. Y lo mejor de cuando conoces a alguien por primera vez es que todavía queda la anticipación de muchas otras noches por descubrirnos.

Un placer, preciosas. Ahora viene lo mejor.

PD: Tengo a mis amigas muy bien enseñadas. Después del fiasco del batidor de huevos, mi amiga invisible, conociendo mi debilidad por todo lo que tenga topos o estrellas, me regaló una blusa preciosa blanca con topos negros.Así sí.

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