martes, 2 de diciembre de 2014

El lado oscuro


A mi amigo F. lo conocí en la Universidad hace un par de años. F. era un tipo corriente, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni guapo ni feo ni todo lo contrario. Probablemente no habría dado el perfil para desfilar en la Fashion Week de Nueva York pero, a parte de eso, era, como digo, un tío perfectamente normal. Masticaba caramelos y comía palmeras de chocolate de la máquina de guarradas del bar de la facultad y te lo podías imaginar sin problemas tomando chupitos de tequila en cualquier antro. La última imagen de tío normal que tengo de él se remonta al pasado mes de julio, cuando nos encontramos en Barcelona por un tema académico. Iba mal afeitado y llevaba una camiseta chula de algún garito de Londres y un casco de moto encajado en el codo. Tras terminar con el asunto académico que nos había reunido subimos a tomar unas cañas al bar con vistas a los pies del Tibidabo al que íbamos algunos viernes después de clase. Un detalle debió haber activado la alarma en mi cerebro: pidió una cerveza sin alcohol. A mí, a priori, la gente que bebe cerveza sin alcohol me hace desconfiar. Seguro que a esta gente le gusta Tom Hanks y los vídeos de gatitos. Aun así, como deferencia a la amistad que nos unía, quise creerme la excusa de que tenía que conducir y no hice una lectura más profunda de aquel hecho aparentemente inocente y aislado. Pero, desde luego, no hay más ciego que el que no quiere ver.
Y pasó el verano.
Este curso tenemos asignaturas distintas y no coincidimos. Así, cuando lo volví a ver después del día de la cerveza sin alcohol era ya noviembre. Había adelgazado unos treinta y siete kilos, cien gramos arriba cien gramos abajo. Quesehayapuestoarégimen, quesehayapuestoarégimen, quesehayapuestoarégimen, me recuerdo rogando en mi fuero interno. Podía tolerar imaginarlo maldiciendo cada hoja de lechuga sin aliñar, cada insulsa acelga, cada pescado hervido a los que su dieta se habría visto reducida. Pero no. Iba muy bien afeitado y me contó que se había depilado. Así que con todo el dolor de mi corazón no pude seguir negando la evidencia durante mucho más tiempo: sí, F. también se había pasado al lado oscuro. F. se ha convertido en runner.
Y es que, admitámoslo, hoy en día si no eres runner no eres nadie, poco más que un paria social digno de lástima al que los dioses de bambas fosforito miran de reojo mientras chasquean la lengua y niegan con la cabeza con tal superioridad de nirvana deportivo que hasta casi tienes que pedir perdón por no ir a correr. Antes te dejaba el novio, te zampabas un kilo y medio de turrón de Suchard, llorabas un poco, te ponías música cursilánime para regodearte en tu miseria, te pegabas un par de farras con tus amigas y, oye, mano de santo. Qué tiempos aquellos. Si hasta casi que estabas deseando que te dejara el novio. Ahora no. Ahora cualquier motivo es bueno para mutar en runner: que te has separado, que has dejado de fumar, que tu jefe es un cabrón que te explota, que tu hijo suspende en el cole, que el color mostaza te sienta como una patada en el páncreas, que el camarero del curro es un borde y siempre te trae el cortado con espuma cuando sabe de sobras que a ti la espuma del cortado te da como grima...sea lo que sea, tú, a correr. Bueno, yo no, los del lado oscuro.
Pero claro, que de repente la plebe en masa haya empezado a correr como si no existiera un mañana ha dificultado el asunto. Antes te ponías un pantalón de chándal de los de estar por casa, unos calcetines blancos de aquellos que tenían una rayita roja y una rayita negra, unas bambas que lo mismo te servían para ir a correr que para irte de vacaciones a Peñíscola y una camiseta de Pinturas Bernabé y te ibas tan ricamente a hacer footing. Corrías un ratito y después te tomabas tu vermut con sus berberechos y toda la pesca. Y sin remordimientos, que para algo habías ido a correr. Molaba. Pero ahora no. Ahora tienes que tener alguna ingeniería textil y un máster en nutrición para salir a correr: camisetas térmicas de tejido lunar, calcetines de compresión reforzados que neutralizan la peste a pies, barritas de proteínas imitación clembuterol, marcapasos o cuentapasos o lo que sea que hagan con los pasos los cacharritos estos que se ponen en el brazo. Vamos a ver, que está muy bien lo de hacer un poco de deporte y tal pero, asumidlo, no todos sois Kilian Jornet, en serio que con las Pinturas Bernabé vais que os matáis. Y las bambas. Esas bambas aerodinámicas, que no pesan y tienen muchos colorines y son súper chulas. Que ahora se ve que es moda llevarlas por la calle aunque no vayas a ir a correr, en plan de street wear, casi que para llevar con el traje y la corbata de ir a trabajar. Elamantesposo dice que es para que los miembros de la tribu se reconozcan entre ellos y den a conocer al mundo su superioridad de semidioses olímpicos. Pero no cuela, porque con lo que valen las bambas tienes para dos pares de Jimmy Choos. Seguro que las llevan para amortizarlas.
Ahora el más tonto se apunta a un Iron Man. Porque las maratones ya son muy mainstream. Y las medias maratones ya ni te cuento. Que va un pobre iluso diciendo que ha corrido una media maratón y los demás lo felicitan con fingido entusiasmo en plan qué guay tío pero por dentro están pensando, mariquita...Ahora lo que se lleva es cruzar el desierto del Namib. Sin parar para dormir ni beber agua ni nada. Agua? Bah, eso es para los principiantes.
Pero, amigos runners, no me lo tengáis en cuenta. Pensad que en el fondo debo de estar resentida porque yo no corro ni nada y a lo mejor me da un poco de envidia vuestro sincero entusiasmo. Bueno, eso, y vuestras bambas tan molonguis.Oye, que a lo mejor ni que sea por comprarme unas ya me compensaría probar. Así que ya veis, sin acritud. Y que la fuerza os acompañe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario