viernes, 4 de abril de 2014

Las tetas no dan la felicidad







Leo este artículo, de Clàudia Rius, y me da que pensar.


Parece ser que cada vez está más de moda regalar operaciones de estética a las chicas jóvenes, imagino que cuando cumplen los 18 o cuando terminan la carrera. Y la operación con más éxito de crítica y público es, según el artículo, la de aumento de pecho (unas 19.000 operaciones anuales en España). Supongo que tiene cierta lógica que el público objetivo sean  mujeres cada vez más jóvenes porque, aunque estén físicamente mejor que las cuarentonas, es cuando se es más propensa a los apajaramientos corporales. El problema es que si con 18 años ya te preocupa no tener pecho tanto como para pasar por un quirófano, es más que probable que, con 50, termine pareciéndote buena idea regalarle una operación de estética a tu hija poco más que adolescente, de modo que, si la hija en cuestión no es insegura por su propia adolescencia intrínseca, ya te encargarás tú, su madre, de transmitirle tus propios complejos. Y así vamos.   

 A ver, siendo sincera, si el día que repartían atributos físicos no hubiera faltado a clase no me habría importado. ¿Me gustaría tener 15 cm más del altura? Hombre, pues sí. ¿Que mis tetas se declararan objetoras de conciencia de la ley de la gravedad? Pues también. ¿Que la celulitis la tuvieran los hombres? Molaría. Pero, honestamente, ¿el hecho de medir 15 cm más, tener las tetas tersas y las piernas sin celulitis me haría ser un persona más feliz? Pues yo creo que no. Y lo digo completamente en serio. Intentaré no caer en los tópicos de que en realidad el físico no importa y lo que cuenta es el interior de cada uno y blablablá porque es mentira. Claro que importa la apariencia física, mucho, de hecho es lo primero que vemos de una persona. Y una presencia agradable siempre entra mucho mejor que una que no lo es. Ahora, a mí lo que me molesta es que se asocie un buen físico con tener un aspecto de súper modelo y si hay que pasar por el quirófano para conseguirlo, pues se pasa y punto. No sé, de verdad, cómo leches nos hemos dejado engañar las mujeres, cómo hemos sido tan sumamente imbéciles de caer en esta trampa. Porque todas, de una forma u otra, pasamos por el aro, unas más que otras, por supuesto. Nos teñimos (los hombres con canas son sexys, pero a las mujeres las canas nos hacen viejas, mira tú qué cosas, cuando las canas, que yo sepa, son pelos blancos en ambos casos), nos depilamos (que de verdad que yo tengo amigas que rozan la obsesión con el tema de la depilación, coño que son pelos, no kriptonita, y tampoco se va a parar el mundo porque un día tengas dos pelos en el sobaco),  hacemos unas dietas extrañísimas en las que te puedes zampar un kilo de bacon frito pero luego una manzana inocente es el anticristo, nos ponemos tetas, nos quitamos culo, nos liposuccionamos, nos borramos las arrugas; en definitiva, tratamos de borrar lo que somos para convertirnos en alguien distinto. Nos gastamos cantidades indecentes de pasta en nuestra imagen corporal no sé exactamente para qué. ¿Para gustarles a los hombres? Pues a estas alturas quiero pensar que ya no (no porque no podamos ligar a nuestra edad, ojo, sino porque como soy más inocente que Candy Candy quiero creerme  que vamos a ser un poco listas y vamos a huir de un tío que nos mira antes las tetas que el cerebro). ¿Para que las otras mujeres se mueran de de envidia? Me parece un argumento tan pueril y tan machista que me niego siquiera a plantearlo. Entonces, ¿para qué? Ahhhh, ya, para ser más felices con nosotras mismas. ¿Qué mierda de filosofía de vida es esta? Nos han vendido esta gilipollez pero lo peor no es eso, no, para nada. Lo peor es que nosotras, con lo listísimas, emancipadísimas y estupendísimas que somos, la hemos comprado. Mala suerte.  Ahora nos jodemos y nos ponemos a dieta. Me sulfuran bastante los comentarios del tipo “la cirugía estética no tiene nada de malo, si eso te va a hacer sentir más feliz bienvenida sea”. Bien. Que cada uno busque su felicidad como pueda, ya sea operándose, convirtiéndose en monje tibetano o construyendo las carabelas de Colón con palillos. Pero yo, hablando sólo por mí, me plantearía qué concepto tengo de la felicidad y si realmente merece la pena. Si el hecho de tener las tetas pequeñas o el culo gordo me produce realmente una infelicidad tan grande, si no puedo ser feliz hasta meterme en una talla 38, quizás lo que necesito no es una operación de estética sino un psiquiatra. 

Pero no sé qué me da más coraje, si esto o bien el opuesto bienintencionado. Revistas con súper titulares:  “Las mujeres con curvas se llevan”. “Di no a la delgadez”. “Ellas también son reales”. Y te plantan fotos de Scarlet Johansson, Elsa Pataky y Sofía Vergara y se quedan nuevos. Yo es que me troncho, vamos. Pues nada, como no podemos ser como Kate Moss (está anticuada, ya, pero no sé qué flacucha está ahora de moda), seremos como la Johansson, menuda diferencia, dónde va a parar. Y tú ahí con tus lorzas, que ni mirándote en penumbra, con los ojos entornados y con cantidades industriales de autoestima eres capaz de verte, ni remotamente, no ya como Elsa Pataky, sino ni siquiera como su hermanastra fea. Queréis poner a una mujer real? Sacadme a mí sin photoshop. Claro que luego igual no vendéis tanto, pero seguro que no os importa, vosotros lo que perseguís es que las mujeres reales nos sintamos felices con nosotras mismas. Conmovedor.

También mola cuando te dicen, eres muy guapa de cara (con el implícito, lástima de cuerpo). Que es que hay que ser maleducado. O sea, encima te tendré que dar las gracias por el cumplido o cómo va? Porque si nos ponemos a sincerarnos yo podría decir, pues tú estás buenérrimo, lástima que el cerebro no te acompañe. Y a que no lo digo? No. Claro, porque soy educada. Pero si no estás buena te tienes que derretir con cualquier cosa medio bonita que te digan y encima estar agradecida. 

Según pone en el artículo, también, los directivos de Mango deben de estar ahora dándose palmaditas de molonidad supina por haber lanzado la línea Violeta. Resumiendo, la misma ropa de calidad discutible pero en tallas a partir de la 42 y hasta la 52. Me imagino al señor Mango repantigado en su sillón de piel, con los pies encima de la mesa, fumándose un puraco y diciendo, todas las gordas del mundo nos adorarán. Y lo peor es que es verdad, que pensamos ¿ves qué enrollados los de Mango? Cuando lo que hacen es venderte los mismos trapos al doble de precio por añadirle unos cuantos centímetros más de tela (mientras ellos les siguen pagando la misma miseria a sus trabajadores de Bangladesh) y dejar constancia expresa de que estás gorda y tu talla es grande y necesitas una línea especial. 

En fin. Pero lo que más me recontrajode de todo es que aquí me tenéis, soltando sapos y culebras antisistema mientras me hago una nota mental de que tengo que pedir hora en la pelu para taparme las canas y mientras pienso, con una sonrisa, que he sido capaz de caber en un vestido de la talla 38. Soy un puto fraude. O los malos han sabido hacer su trabajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario