sábado, 29 de marzo de 2014

Recuperarla



 
 
Al parecer en la vida sólo se puede tener un número limitado de cosas. A cada uno le corresponde un número y ya cada cuál va viendo cómo se organiza para hacerse con las cosas que va necesitando: sentido del humor, orgullo, autoestima, lo que sea. Si no te guardas algún as en la manga y no te reservas un par de vacantes puede pasar perfectamente que, un día, de repente, se presente un imprevisto y tengas que desprenderte con más o menos alegría de algo  que ya tenías.

Parece complicado pero no lo es.

Cuando nació mi hijo tuve, obviamente, un bebé. Supongo que con la obtención del bebé en cuestión sobrepasé mi límite prefijado y perdí algo por el camino para hacerle sitio al recién llegado.

Exactamente. La libido.

Vamos a ver, tampoco es que hasta entonces tuviera una libido de personaje de peli porno, pero era la mía y, después de tantos años, nos teníamos cierto cariño y nos llevábamos con cordialidad. No fue bonito que se fuera sin despedirse siquiera. De la noche a la mañana aquello era la tundra siberiana. El desierto ártico. Pingüinos. The new me. Si hubiera bajado Mefistófeles a proponerme que nunca jamás tendría que volver a aparearme a cambio de mi alma, habría firmado con mi propia sangre y con los ojos inundados en lágrimas de gratitud.

Ya, sí, ahora aquí por escrito es muy gracioso. Pero no tiene ninguna gracia, os lo aseguro. Además de sentirte (o estar, vaya) fea, gorda, poco interesante y agotada la mayor parte del tiempo te sientes, de propina, culpable. Primero tienes la excusa de la cuarentena (hombres del mundo: la cuarentena NO dura cuarenta días, eso es uno de los muchos mitos de la maternidad seguro que inventado por un tío) pero luego las excusas se agotan y aquello no tira. Simplemente es que la libido y tú ya ni siquiera os saludáis. Vamos, es que aunque se  presentara en tu casa el reparto entero de 300 con un arsenal de fresas bañadas en chocolate negro, la alternativa de meterte en la cama y dormir sería mil veces más apetecible.

Y luego los ves a ellos, con esas caras de sufridores en casa, que se te quitan las ganas hasta de tocarles el brazo para que se aparten y te dejen pasar, no vaya a ser que lo vean como una invitación al desenfreno, que se lamentan entre amigos de lo poco que se lucen y compiten entre ellos para ver quién tiene el récord de castidad. Al principio te sientes mal, total ya no viene de añadir un poco de culpa a la que te viene impuesta de serie con la maternidad. Intentas esforzarte de vez en cuando pensando, ingenuamente, que lo mismo todo es intentarlo. Pero, después, te cabreas. Te recuerda un poco a la Covada (por si alguien no lo sabe la Covada es un ritual antiguo que se daba en algunas sociedades. Cuando la mujer daba a luz era el hombre el que pasaba el postparto postrado en la cama lamentándose mientras la mujer, recién parida, le preparaba la comida y le atendía en todo aquello que necesitara. Fin de la aportación erudita del post). O sea, vale, que yo no digo que no sea una putada para ellos, eh? No estoy en plan destroyer gritando que se fastidien. Ha de ser duro para ellos también  adaptarse a la nueva situación, hacerse a la paternidad, crecer de golpe y todo lo que conlleva el “maravilloso mundo del bebé”.  Pero para nosotras tampoco es que sea un chollo ni estamos alegres de la vida en plan, joder tía que guay, vaya peso me he quitado de encima. No. Porque te acuerdas con cariño de tu libido y de tu yo de antes y te ves ahora y no te reconoces. Y ya hablando mal y pronto, ha de ser chungo tener ganas de follar y no poder pero es mucho peor follar sin ganas. Palabrita.

En fin, voy a ver si me desprendo de algo de culpa para hacer sitio a nuevas incorporaciones.

2 comentarios:

  1. Enhorabona Marina!!!!!! mes clar l'aigua....... així és com ens sentim les senyores després de parir i els mesos posteriors..... QUE NO TENIM GANES i punto..... i que necessitem que no ens agobiïn, i temps per recuperar-nos..... un petunarru.

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